XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

El muerto 

Gonzalo Vidal, 15 años

Colegio Tabladilla (Sevilla)

Soltando uno de sus gruñidos característicos, el enterrador se ajustó la chaqueta. Aquella prenda había sido una buena inversión: no era fácil conseguir cuero del bueno en la Rusia de aquellos tiempos, y para su trabajo era indispensable estar bien pertrechado contra el frío. 

Tomó la pala, que estaba apoyada en el marco de la puerta de su cabaña, y salió al exterior. Necesitaba encontrar un hueco libre entre las lápidas. No tardó en hallarlo. Sus brazos poderosos comenzaron a trabajar, y en cuestión de horas finalizó el agujero. Entonces se acercó a la morgue. El cadáver estaba irreconocible a causa de las quemaduras. Lo único que le identificaba era parte del uniforme y la documentación de la KGB, que la habían dejado en el interior de una funda casi intacta. El enterrador sabía que estaba ante un defensor de la patria, así que no pudo evitar sentir respeto hacia el difunto.

Lo trasladó en una carretilla y con reverencia lo situó en la tumba. Con golpes de tierra lo cubrió, hasta que un metro de arena lo separó del mundo de los vivos. Como todas las lápidas de aquel tiempo, la que había preparado carecía de ornamentación. La colocó a la cabecera del rectángulo donde yacía Anatoly Petrov, fallecido el veintiuno de enero de 1959 en un incendio, agente del KGB. 

Una vez finalizada la labor, el enterrador se acercó a su cabaña para calentarse frente a la lumbre. Por la ventana vio a lo lejos a un señor de espeso bigote blanco, que se acercaba a la nueva tumba. Llevaba una larga gabardina. Se fijó que observaba el montículo de tierra y leía la inscripción de la lápida. Y le vio soltar una carcajada.

***

Lo que convenció a Anatoly Petrov de que tenía que huir, fue la muerte de su hermana, a la que acababan de arrestar acusada de conservar una Biblia. Días después la fusilaron a causa de su fe cristiana. 

Anatoly se sintió traicionado por el sistema político y represivo que él mismo había ayudado a levantar. Sabía que escapar no iba a ser fácil, pues el KGB espiaba a todos sus agentes retirados. ¿Qué no harían con él, por haber tenido semejante hermana? Necesitaba un plan para dar esquinazo a su antigua organización. 

Tras unas semanas dio con la clave: tenía que suicidarse. 

Ocurrió el veintiuno de enero, aniversario de la muerte de Vladimir Ilich Uliánov, Lenin, padre del paraíso comunista. En Moscú los militares desfilaban con sus uniformes de gala, en señal de respeto. 

Anatoly lo preparó meticulosamente: añadió combustible a su chimenea y acercó las cortinas a la leña. Después de impregnar parte de su casa con material inflamable, encendió todas las luces. Antes de prender la chimenea, dio un rodeo a su casa por última vez.

Las autoridades llegaron tarde. Solo consiguieron extraer el cadáver carbonizado, al que identificaron por sus insignias y la documentación. La causa oficial de la muerte del agente Petrov fue un accidente doméstico, resultado de la imprudencia de un viejo.

Con una sonrisa. Anatoly, más vivo que nunca, veía desde cierta distancia cómo envolvían el cadáver de un mendigo que la noche anterior había muerto de frío. Necesitó de la colaboración de algunos colegas y una completa discreción para traérselo a su hogar desde el instituto anatómico forense. Solo tuvo que cambiar la vestimenta del indigente por su uniforme militar, con la documentación cuidadosamente protegida en uno de los bolsillos de la chaqueta. Para un fan del ajedrez como él, aquella había sido su jugada maestra.

Le quedaba abandonar el país. Lo lograría mediante la ayuda de unos contactos norteamericanos, a cambio de información. Debía reunirse con ellos lo antes posible, pero antes tenía que hacer una visita...

***

El enterrador observó con repulsión al hombre que se reía. La muerte no es un asunto para tomar a broma, él lo sabía bien. Enfadado, cerró las contraventanas.

Desconocía quién era el anciano que reía sobre su tumba y festejaba la libertad.