XVIII Edición
Curso 2021 - 2022
El número 21
Fernando Barreiro, 14 años
Colegio El Prado (Madrid)
He visto, leído y escuchado muchas cosas acerca de lo que ocurrió el domingo treinta de enero de dos mil veintiuno. Tanto la prensa internacional como la española destacó que Rafael Nadal se ha convertido en el único tenista que ha ganado veintiún Grand Slam, logro, desde luego, grandioso que le convierte en el mejor deportista español de todos los tiempos, amén del mejor tenista de la Historia.
Mucho han dicho los medios acerca de la épica del partido final del Open de Australia, que la tuvo en dosis muy altas. El tenis es un juego en el que interviene la técnica, la resistencia física y la táctica, pero es el componente psicológico (bien lo sabemos quienes lo practicamos) el que interviene de una manera tan especial que tengo que ponerlo en el centro.
Respecto a dicha final, cuando iba perdiendo dos sets a cero frente a Daniil Medvédev, esperé, hasta que en el tercer set (2-3 abajo, y cuarenta a cero), apagué el televisor y me fui a dar una vuelta bajo el peso de la derrota. Pensé que la leyenda española ya no tendría más episodios de gloria; creí que, quizá, había tocado techo en sus éxitos deportivos. Sabía que, cuatro meses antes, Nadal se ayudaba de muletas para caminar, a causa de una lesión en el escafoides de su pie izquierdo. Por tanto, me parecía lógico que pronto anunciase su retirada. <<Ya tiene treinta y cinco años>>, lo justifiqué mientras andaba por el parque.
Cuando nací, Rafa ya había ganado cinco Roland Garros, dos Wimbledon, el primer Abierto de Australia y estaba colocado en el primer lugar entre los tenistas del mundo. Mi padre me había hablado del que considera el mejor partido de todos los tiempos, entre Federer y Nadal, en la final de Wimbledon de 2008, que se llevó el manacorí. También me descubrió que Nadal es socio de honor del Real Madrid. Y me dio a conocer una conferencia de su tío y entrenador, Toni, en Youtube.
En los inicios de la estrella, Toni Nadal le prohibió la queja y la justificación, hasta el punto que, a los catorce años, el muchacho no se dio cuenta de que la raqueta con la que estaba jugando estaba rota, sino que creyó que estaba perdiendo el partido por sus errores. Fue su tío quien le dio a conocer el origen del contratiempo, demostrando hasta qué punto había interiorizado su pupilo la buena senda que le había marcado el entrenador. También me llamó la atención la forma con la que Toni Nadal le inculcó el afán de competir y de ganar, mediante la confianza en uno mismo.
Cuando una hora después regresé a casa, Nadal había comenzado a remontar el resultado del partido, hasta alcanzar la victoria final.
Pero no solo es un ganador de ganadores. Nadal exhibe una extraordinaria calidad humana, en la que destaca su humildad y la buena educación. Su personalidad es tan fuerte que denominarlo “persona ejemplar” me parece que se queda pobre. Cuando se retire, debería escribir un libro en el que incluya las claves de su éxito. Sospecho que las físicas y psicológicas trascienden con lo espiritual. Lo que cuente será, con seguridad, más apasionante que su 21 Grand Slam.