VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

El olor de las letras

Rocío Fernández Soler, 17 años

                 Centro Albaydar (Sevilla)  

Desde que los periódicos comenzaron a disponer de su propia página web, no deja de escucharse que sus ediciones en papel tienen los días contados. Y ahora que existe la “tableta”, muchos auguran la muerte del libro y hasta ponen fecha a su defunción tal y como hasta hoy lo hemos conocido.

Si estas predicciones se cumplieran, el futuro de las librerías del siglo XXI sería el siguiente: los estantes llenos de telarañas. El establecimiento contaría con el único mobiliario de una mesa alargada. La superficie, de acero, contaría con pequeños aparatitos (táctiles, finos e inalámbricos, por supuesto) en los que el cliente podrá marcar el título. El texto elegido se enviará por bluetooth al móvil, a la vez que automáticamente se descontarán unas cifras de la cuenta bancaria y la persona recibirirá un mensaje de confirmación en su iphone. No quisiera ese pragmático futuro para la Casa del Libro o de la querida Librería Beta.

¿Para qué afanarse en explorar nuevos planetas si tenemos miles y miles al alcance de nuestra mano? Solo es necesario coger un libro, abrirlo y permitir que la historia se nos imrpima en la imaginación: sus personajes y paisajes. De esta manera surgen infinitos universos, uno por cada persona y novela.

Quién me iba a decir que un autor que vivió en el siglo XIX podría cautivarme y mostrarme la belleza de la vida a través de una sencilla historia llena de sufrimiento y fortaleza. De alguna manera, esos escritores siguen vivos en cuanto son capaces de que sus páginas latan ante los ojos de algún lector.

Un libro no es solo un conjunto de hojas de papel encuadernadas. Es mucho más, porque todo lo que provoca una buena novela no lo hace por razón de su formato sino de su calidad. En todo caso, esas emociones no pueden captarse sólo con el sentido de la vista y esta es la razón por la que no baste una pantalla táctil para desterrarlo. Leer requiere todos los sentidos, sin excepción. Oler el papel mezclado con el aroma de la tinta, apartar el polvo de sus tapas de piel o cartón, beber las páginas, sentir el tacto entre los dedos, oír el roce de sus páginas, sorprendernos con las marcas de las lágrimas de antiguos lectores, etc. .

Hasta que la teconología no logre la suma de todos esos placeres, debemos continuar entregándonos a las bibliotecas con la misma fruición de todos los hombres y mujeres que nos han precedido.