XVI Edición

Curso 2019 - 2020

Alejandro Quintana

El origen de Alicia 

Marta Otero, 15 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

Volvía a encontrarse frente a la pequeña puerta de madera. Era la tercera noche consecutiva que la intentaba abrir, pero por más que empujaba no era capaz de conseguirlo. Además, al rato la puerta terminaba por desaparecer. Entonces ella se quedaba en una habitación blanca y luminosa. Miraba hacia todos lados y esperaba, pues sabía lo que iba a pasar a continuación. 

–¡Espera! –gritó mientras echaba a correr detrás del escurridizo animal. 

Dio tres zancadas antes de despertarse de un sobresalto.

–Era un sueño… El mismo de todas las noches –se dijo–. Y he vuelto a ser Alicia.

Pasaba los días cavilando acerca de lo que habría detrás de la puerta de sus sueños y cuál podría ser el modo de abrirla. También le picaba la curiosidad la posible identidad del conejo. Pero no encontraba una sola respuesta, a pesar de que tenía recuerdos vagos del tiempo en el que su abuelo le leyó “Alicia en el país de las maravillas”, de Lewis Carroll, en el que su protagonista, una niña como ella, bebía un licor que le hacía crecer o menguar, hasta que adquiría el tamaño necesario para ponerse a la altura de la puerta. 

Claro que lo suyo era diferente, pues no disponía de una botella mágica.

***

Como cada tarde de miércoles, fue a visitar a su abuelo. Estaba decidida a consultarle el significado de aquel sueño insistente.

–Acuérdate de la frase que te repetía cuando te leía el libro –le dijo el anciano.

–Pero, abuelo… ¡me lo leíste cuando era demasiado pequeña!

El hombre se levantó de su butaca y se puso a buscar en una estantería repletas de libros antiguos.

–Léelo –le propuso, guiñándole un ojo mientras le entregaba una novela. 

Ella le notó la emoción en el rostro, que solía ser más bien inexpresivo. 

Se trataba del mismo ejemplar de “Alicia en el país de las maravillas” que ella conoció en su primera infancia. En su cubierta había una ilustración de la protagonista, con su lazo azul y el mismo conejo blanco que ella veía cada noche.

–Llévatelo.  

Esperó a la noche para meterse en la lectura. Leyó la primera página y la segunda, pero no le hizo falta leer la tercera, pues le vino a la memoria una frase el la que su abuelo insistía.  Apagó la luz, cerró los ojos y no paró de repetirse aquellas palabras que pertenecían a un diálogo del Sombrero Loco:

“–Mi querida Alicia: En los jardines de la memoria, en el palacio de los sueños. Allí es donde tú y yo nos volveremos a ver”.

Volvió a aparecer el conejo blanco, que le mostró la extensión de unos inmensos prados. Entonces pudo distinguir la imagen de su abuelo, que caminaba en el horizonte. Él también había entrado en el País de las Maravillas. 

La chica cerró el libro. Sabía que a partir de entonces comenzaba su aventura. Su vida iba a ser el origen de “Alicia en el país de las maravillas”.