XVIII Edición
Curso 2021 - 2022
El palo de snooker
Gonzalo Roca, 14 años
Colegio El Prado (Madrid)
Cuando despegó el avión que iba a llevarle a una nueva vida en Inglaterra, Alfonso se fijó en una revista que estaba guardada en la redecilla del asiento de delante. Era una publicación dedicada a los deportes, que ojeó rápidamente. Al ir a dejarla en su sitio, de su interior cayó un cuadernillo. Se trataba de un especial sobre snooker, un tipo de juego del billar propio de los británicos. Aunque no le parecía un asunto interesante, hizo un esfuerzo y comenzó a leerlo para matar las horas de vuelo. El texto estaba escrito en inglés, así que había algunas palabras que no entendía, pero en un rato empezó a hacerse a los tecnicismos. La lectura le fue agradando.
El piloto anunció el comienzo de la maniobra de aterrizaje. Sin que nadie le viese, Alfonso se guardó el cuadernillo en el bolsillo interior de su chaqueta. Tras el desembarque, mientras esperaba la llegada de un taxi, lo sacó para proseguir su lectura.
Cuando llegó al apartamento de su tía, después de saludarla y compartir con ella una cena ligera, se fue a su cuarto para terminar el cuadernillo. Después buscó un canal que televisara aquella especialidad. Sabía que iba a encontrarse con un torneo, pues en el folleto se anunciaba el programa, detallando el horario de emisión. Se trataba de El abierto de Gales, que atrapó su interés de principio a fin.
La tarde siguiente, al volver del trabajo, entró en una tienda de material deportivo. Con las doscientas libras que llevaba en el bolsillo se compró un palo de snooker.
Aquello solo podía definirse como un amor instantáneo por aquel singular deporte, al que dedicaba todo su tiempo libre. Tenía identificados algunos bares y clubs de snooker en el barrio donde vivía, en los que empezó a destacar por su habilidad. Una noche, después de ganar varias partidas, le abordó un hombre para preguntarle si era un jugador profesional, lo que a Alfonso le dio que pensar, ya que estaba cansado de su trabajo como cocinero en un hotel. Aunque ganaba un buen salario, prefería comenzar otra aventura. Después de muchas vueltas, decidió renunciar a las cocinas para dedicarse por entero al snooker.
Se federó e inscribió en una academia, donde enseguida destacó. Sus veintisiete años le daban ventaja sobre sus oponentes, que eran mayores que él. El día que se enfrentó a un jugador chino con fama de ser el mejor del distrito, le ganó de largo. Tras aquella partida recibió varias ofertas de distintas academias, pero se quedó en la que estaba.
Su vida cambió definitivamente cuando su tía le avisó de que había llegado una carta de la Federación Inglesa de snooker, que le invitaba al Abierto de Southampton. No era un torneo prestigioso, pero si lo ganaba, estaba convencido, empezaría a participar en los torneos donde jugaban los peces gordos del billar.
Sus padres se trasladaron a Southampton desde España. Supuso que había sido su tía quien les había avisado, pues estaba decidido a ganar el torneo y no quería distraerse con ninguna emoción.
Pasó la fase de grupos, que se tomó como una práctica. Ganar el siguiente partido le costó un poco más, pero también venció. Gracias a su sangre fría, lograba mantener la calma.
La noche antes de la final cenó con sus padres. Ellos le manifestaron lo orgullosos que estaban de él. Se dieron un buen festín. Al final de la cena Alfonso empezó a encontrarse mal. Decidió retirarse al hotel e irse a la cama.
Amaneció con dolor de tripa. Cada vez que se intentaba levantarse, se mareaba. Hizo un esfuerzo para bajar al comedor, donde se bebió una infusión de manzanilla antes de marcharse al local de la competición, donde empezó a practicar en una de las mesas, hasta que llegó la hora del partido. Al salir por el túnel hacia la pista principal, recordó las circunstancias que le habían llevado a aquel momento. Su rival, un tipo estirado que llevaba un bigote de lo más cursi, le extendió la mano mientras los fotógrafos de la prensa inmortalizaban el momento.
Comenzó la partida. Su rival realizó el break, rompiendo la estructura que formaban las bolas en la mitad del tapete. Llegó su turno. En ese momento, al fijarse en que el público tenía puesto los ojos en él, le volvieron las náuseas, y antes de dar su primer golpe, se desmayó.
Se despertó en una ambulancia, de camino al hospital, pues al caer se había golpeado en la cabeza con el pico de la mesa. Una vez en su habitación, agradeció la visita de sus padres, que le habían traído un sobre con jamón serrano.
Cuando, tres semanas después, le dieron el alta médica, un periodista le solicitó permiso para escribir su historia. Alfonso aceptó y aquella biografía se convirtió en bestseller.
Poco después abandonó el snooker. Con el dinero que había ganado, Alfonso inauguró su propio restaurante.