IV Edición
Curso 2007 - 2008
El pasajero
Marta Cabañero
Colegio IALE (Valencia)
Era un día como tantos otros, igual de estresante, con el mismo tráfico. Un cielo cubierto de nubes oscurecía Madrid. Y junto a la acera había otro cliente.
Carlos frenó el taxi a escasos centímetros del arcén para que un tipo con gabardina negra entrara hecho un ovillo al asiento trasero.
-Cierre rápido, que hace frío y se congela el motor –le pidió Carlos en un intento de arrancarle una sonrisa.
No funcionó. El señor cerró de un portazo y se puso a rebuscar en su mochila.
Carlos sabía que según cómo el cliente cierre la puerta, se encuentra de un humor u otro. En este caso, el pasajero no se encontraba para echar cohetes. Así que se calló y continuó conduciendo, maldiciendo entre dientes su estresante trabajo. De pronto sintió un chasquido en el asiento trasero. Carlos volvió la cabeza y se encontró con el hombre que le apuntaba con una pistola.
-¡Oiga tranquilo! -gritó el taxista.
-Vuelva la cabeza y conduzca –ordenó.
A Carlos le empezaron a sudar las manos y llegó al semáforo sin apenas saber en qué calle se encontraba. Comenzó a pensar en su familia y, con tristeza, cayó en la cuenta de que esa mañana se había enfadado con su mujer. Y también con su hija, porque se había enamorado de un joven que no tenía futuro. Al chico no se le daban bien los estudios y quería ser actor. En su opinión, esa profesión no servía para nada. ¡Había tantísimos actores! Era poco probable que eligiendo esa profesión consiguiera hacer feliz a su hija. Justo en ese momento se le pasaban por la cabeza miles de escenas de su vida. <<¿Será que voy a morir?>>pensó. Se arriesgó a mirar por el retrovisor. Sí, no era una pesadilla. El cliente le apuntaba con una pistola. Era joven. ¡Una pistola en manos de un joven inmaduro! ¡Qué peligro!
El pasajero advirtió su mirada.
-Gire a la izquierda.
¿Si voy a morir, por qué no llevarle la contraria?, pensó. Justo cuando iba a girar en sentido contrario, se lo pensó mejor. Giró a la izquierda; por su familia.
Pero la persona que le apuntaba se dio cuenta de su momento de duda.
-No desobedezca o haré que la bala de mi pistola se introduzca por un lugar muy doloroso, en el cual no se muere, pero sí se sufre. Y le aseguro que eso es mucho más duro que una muerte rápida.
A Carlos se le encogió el corazón. ¿Qué prefería, disfrutar amargando unos minutos más de vida o morir en un instante? Tragó saliva. Sería tan dulce fastidiarle...
-Tuerza a la derecha.
Tenía la voz gélida, como la de un GPS. A diferencia de que el último no te avasallaba ni te apuntaba con una pistola.
Carlos redujo la velocidad. Setenta, sesenta, cincuenta... El contador de kilómetros marcó los veinte. Había decidido hacerle un poco la puñeta. Carlos siempre se había considerado sádico con respecto a los avasalladores.
-Aumente la velocidad –exigió.
Carlos no dio ninguna muestra de haberle escuchado. El hombre apretó la pistola contra su sien. Ahí sí que le escuchó. La flecha del velocímetro salió disparada.
-Aquí. ¡Pare!
Aparcó enfrente de un restaurante de lujo. ¿Un ladrón iba a cenar al mejor restaurante de Madrid? Frenó en tensión.
-Salga del vehículo.
-¿Perdón?
-Que salga del vehículo –repitió.
Conteniendo una palabrota, lentamente se quitó el cinturón y abrió la puerta.
Toda la calle estaba en silencio. Y de repente, en un visto y no visto, sonaron trompetas, tambores. Se abrieron las puertas del restaurante y apareció su hija, su mujer, su madre... Y todos con una amplia sonrisa en el rostro.
<<¿Me habrá disparado el hombre del asiento trasero? ¿Estoy en el cielo?>>
Se dio cuenta de que no era así cuando el ladrón salió del coche y abrazó a su hija.
-¡Feliz cumpleaños Carlos! –gritaron al unísono.
Y entonces lo comprendió. El novio de su hija: actor. El diecisiete de octubre: su cumpleaños. Y soltó una carcajada que se oyó por encima de la música que entonaba la canción de “Cumpleaños feliz”.