XVI Edición
Curso 2019 - 2020
El paso del Oso
Inés Arroyo, 14 años
Colegio La Vall (Barcelona)
Tiritas, Betadine, mosquetones, gasas, walkie-talkies, una petaca de ron y una cuerda larguísima. Este es el equipo que llevaba Carmina cada día a sus espaldas junto a sus esquís. A las ocho de la mañana ya se paseaba por las calles de Llivia y momentos después se deslizaba por las cumbres del Pirineo catalán.
Carmina esquíaba desde los tres años, pues su padre era instructor. Desde muy pequeña había deseado trabajar en la montaña. Después de aprender como quien aprende a andar, en su adolescencia se inscribió en varias competiciones, en las que consiguió quedar entre los primeros puestos. Después de un intento fallido de entrar en el equipo nacional, decidió hacerse guardia civil y se especializó en el rescate de montaña. Así entró en el GREIM (Grupo de Rescate Especial de Intervención en Montaña).
Nada más empezar su trabajo, decidió conocer las pistas que le habían encomendado. Cuando llevaba varias horas esquiando, decidió bajar fuera de pistas, por donde se había trazado un camino repleto de curvas y de hielo. En un determinado momento perdió el control de sus tablas y embistió a un abeto. Recobró el conocimiento horas después. Le rodeaban los demás miembros del GREIM. La habían encontrado en el paso del Oso, un tramo de bajada muy difícil, responsable de numerosos accidentes, algunos de ellos mortales.
Desde aquel incidente Carmina no había vuelto a esquiar por el paso del Oso. Solo la idea de volver le provocaba escalofríos, aunque no se lo había revelado a nadie para que no interfiriera en su carrera. Pero antes del inicio de una temporada, sus mandos le encargaron vigilar de nuevo esa cara de la ladera. Aunque el paso estuviera fuera de pistas, muchos esquiadores imprudentes buscaban una aventura arriesgada.
Un día hizo un derrape con determinación, pues desde lejos le había parecido ver en el paso una silueta recostada sobre la nieve. Debía comprobar si era un esquiador, un animal o un tronco.
En su interior se libró una batalla. No se decidía a ir, hasta que el cumplimiento de su obligación consiguió vencer sus dudas. Con precaución inició el descenso. Midió cada giro con precisión y con los cinco sentidos en alerta. Pensaba en el dicho de que, cuando sentimos miedo la sangre nos bombea más rápido y que, por tanto, pensamos con más agilidad.
Divisó un cuerpo hundido junto a los árboles y aumentó la velocidad. Era un hombre, al que, al llegar, le tomó el pulso y le dio un trago de ron para que no le afectara el frío.
–Herido en el paso del Oso –informó a través de su walkie-talkie–. Repito; herido en el paso del Oso