XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

El pequeño coleccionista

Laia Gabarró, 14 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

-¿Me amas? -preguntó el guardián del tesoro.

-¡Hasta el infinito! -respondió el pequeño coleccionista.

Los labios del guardián dibujaron una cálida sonrisa en el mismo instante en que cerró los ojos para descansar en paz. Aquella noche una nueva estrella se iluminó en el firmamento. Comenzaba una nueva etapa: había llegado el momento en que el pequeño coleccionista debía enfrentarse por sí solo a una gran misión.

La única herencia que recibió del guardián del tesoro fue un libro decorado con unas bonitas letras doradas. Estaba ansioso por saber su contenido, pero a la vez sentía miedo de no poder llevar a cabo la misión que iba implícita con el regalo o de no entender el objetivo que aquellas páginas podían encomendarle.

Aquel volumen que tenía entre sus manos había aumentado generación tras generación. Al abrirlo, encontró un listado de adjetivos en letra gótica: natural, sincero, contagioso, positivo, luminoso, perfecto, feliz, paciente, inocente, tierno, optimista, bonito, generoso, angelical, mágico, especial...

Las siguientes páginas traían bellas ilustraciones sobre todos y cada uno de los adjetivos. Eran imágenes acompañadas de pequeñas historias acerca de personas que tenían en común la alegría que comunicaban sus sonrisas.

Sentado en el porche de su casa, iluminado por la suave luz de la luna, el pequeño coleccionista fue leyendo las breves anotaciones acerca de rostros de hombres y mujeres; bebés, niños, jóvenes, adultos, ancianos…

Se detuvo en una página que traía la tierna historia de un niño de cabellos dorados, ataviado con una capa azul.

"Recuerdo la segunda vez que nos encontramos” –decía el texto-“, cuando nos sentamos en el asteroide B612 para contemplar una bonita puesta de sol. Teníamos muchas cosas que contarnos desde la última vez que nos habíamos visto, pero me sorprendió tu pregunta: <<¿Me dibujas la felicidad?>>. <<¡Qué reto tan difícil!>>, pensé. Entonces te hice recordar al cordero, la rosa, el zorro y la última frase que me dijiste la primera vez que nos vimos: <<Las cosas importantes no se ven con los ojos sino con el corazón>>. En el momento en que despertaba una sonrisa en tu rostro, te hice una foto; ¡había capturado la imagen de la felicidad!”.

El pequeño coleccionista cerró el libro. Había comprendido que luchar por la felicidad de los demás es la única manera de conseguir la propia.