VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

El peso de los errores

Carlota Barcia Méndez, 15 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

El sonido del arrastrar una silla por el parquet rompió el silencio de la casa. Como cualquier otro día, el hombre se levantó de la mesa del comedor. Estaba cansado. Habían pasado nueve años desde el accidente. Ya era hora de que saliera de casa sin esconder la cabeza en el cuello del abrigo, como un niño. Tal vez solo fuera cosa de su imaginación, pero creía que los viandantes le miraban con reproche, con una acusación implícita en sus ojos. Miró a través del visillo de su ventana y apenas se atrevió a correrlo. Casi al instante se apartó, cerrando los ojos y escondiéndose de nuevo. Una niña levantó la mirada desde la calle al ver moverse la cortina. De nuevo pensó que se trataba de otra mirada acusadora.

Se tambaleó hasta una mecedora vieja, heredada de su madre, y sentándose en ella cruzó las manos sobre el estomago. Con la mirada ausente, más allá de su sosa y oscura pared vacía, recordó el día fatal en el que cientos de personas pagaron a causa de su mala cabeza, un mero retraso por problemas técnicos. A pesar de su fatiga, lo sentía hoy más que nunca. No iba a encender el Telediario, esa fuente interminable de tragedias y desgracias, de noticias intrascendentes. No necesitaba presenciar, aunque fuera indirectamente, un recuerdo de su error.

Pensó en las familias de los muertos, en aquellos niños que nunca alcanzaron sus metas, en las madres y padres que dejaron hijos atrás, en los hermanos y hermanas que no regresaron a casa. Todos se podía haber evitado.

Vivía muy cerca de Barajas. El motivo por el que había escogido esa ruidosa casa junto al aeropuerto, ahogada por el rugido de los motores de los aviones al despegar y aterrizar, era en que desde allí podía pinchar las torres de control y escuchar las salidas y aterrizajes. En cierto modo, ese pasatiempo le aliviaba un poco, como saber que había otros que no cometerían el mismo fallo.

Encendió la radio pinchada y cerró los ojos al escuchar la salida de un vuelo. Rezó para que alcanzara su destino, para que llegara a despegar correctamente. Así alivió un poco más su carga.