XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

El poder del silencio

Victoria Martín Santiago, 15 años

                  Colegio Puertapalma (Badajoz)  

Era una noche fría de invierno y el gélido aire lo golpeaba con fuerza. De vez en cuando su cuerpo se estremecía violentamente ante las bajas temperaturas. Rafael no tenía buen aspecto: unas profundas ojeras le daban un aire cansado y en su mirada maliciosa se podía apreciar apenas un leve reflejo de su vacío interior, cubierto por miles de muros infranqueables.

Llegó a un local oscuro y pequeño, situado en lo más recóndito de la ciudad. Entró. Allí se estaba mucho mejor. Sus músculos se relajaron al sentir la agradable sensación del calor.

Pasó toda la noche bebiendo y jugando, adicto como era a estas malas costumbres que le iban consumiendo poco a poco. Era un hombre perdido, sin rumbo y sin meta. Sus días pasaban sin que se diera apenas cuenta, pero no le importaba.

Cuando salió del local, difícilmente podía caminar en línea recta. Dio con su cuerpo en el suelo varias veces. Sin embargo, fue avanzando lentamente en dirección a su casa.

Apenas llevaba diez minutos caminando cuando chocó con una pequeña figura que corría en dirección contraria por un callejón. Borracho como estaba, su impulso fue agarrar fuertemente a la figura antes de que ésta tuviera tiempo de huir.

Se trataba de un niño de unos once años, que temblaba de puro miedo. Intentó desesperadamente escapar de la mano de aquel hombre que le aprisionaba.

Rafael le miró, impasible. No sentía la más mínima compasión hacia él y decidió divertirse a su costa. Pero el niño decidió adoptar una posición ausente. No respondió a los bruscos zarandeos, no emitió un solo sonido, ni una sola queja. Parecía un muñeco, con la mirada perdida en algún punto de aquel oscuro y maloliente callejón. La inseguridad y el desconcierto comenzaron a invadir a Rafael.

<<¿Por qué no trata de soltarse? >>.

Decidió que no se dejaría intimidar por el extraño comportamiento del chico. Lo agarró y con un brusco movimiento lo acercó más a él.

-¿Qué te pasa? ¿No quieres irte de aquí?

El niño se tensó y levantó la cabeza hasta que su mirada se topó con la de Rafael. Éste dejó de reír inmediatamente. ¿Por qué estaba tan asustado?... Por primera vez en mucho tiempo tuvo miedo. Los ojos del pequeño reflejaban un sufrimiento profundo. Creyó descubrir un sutil brillo de compasión entre todo aquel horror y sintió como la dura carcasa con la que había cubierto su corazón se resquebrajaba.

Una lágrima silenciosa corrió por la mejilla del niño, aunque su rostro permanecía sereno y su mirada fija en los ojos de Rafael.

El hombre se separó de él sin dejar de mirarlo a los ojos. Su mente se llenó por primera vez de remordimientos y la conciencia le pesó más que nunca. Esos ojos oscuros le hacían sentirse frágil, vulnerable, increíblemente pequeño y débil. El niño tenía una mirada acusadora, intimidante y, a la vez, compasiva.

Rafael no pudo retener las lágrimas. Hacía mucho tiempo que no lloraba.

-Lo siento -logró susurrar.

El niño se marchó con tanta delicadeza que a Rafael le pareció un ángel.