IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

El problema de las tallas

Pilar Soldado, 15 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

Los medios de comunicación hablan menos de la anorexia, aunque esta enfermedad afecta a miles de adolescentes. Muchos de ellos siguen tratamientos médicos o están en plantas psiquiátricas, y es cierto que siguen muriendo a causa de los trastornos de la alimentación. Eso sí, la administración está buscando medidas para frenar el culto al cuerpo. Por ejemplo, en las pasarelas se exige que las modelos superen cierto tallaje, lo que también ha cambiado la medida de la ropa que venden tiendas y almacenes, en donde encontramos prendas desde la talla treinta y ocho hasta la cuarenta y seis. Luego, cuelga el cartel que anuncia “Tallas grandes” y, de vez en cuando, asoma uno que nos dice todo lo contrario. Es la forma más desagradable de hacer ver a una persona que necesita una talla especial, cuando se podría colocar toda la ropa en conjunto y no resultaría tan humillante para los clientes.

Pero aún así, el mercado no se llega a adaptar a la demanda de sus consumidores. Hay moda para la mujer y el hombre desde tallas razonables como la treinta y ocho, y ropa para los niños, desde una pequeña hasta la dieciséis. Pero falta un intervalo en estas clasificaciones de ropa: la de adolescentes. Es un error vestir a una chica de catorce años con ropa de mujer o con ropa de niñas, pues ni su cuerpo está totalmente desarrollado ni conserva un cuerpo infantil. Así que me pregunto por qué vemos a tantas adolescentes con ropa de mujer o de niñas. Las tallas más pequeñas, como la treinta y dos, treinta y cuatro y treinta y seis han desparecido de los estantes, pero son necesarias para chicas delgadas o de baja estatura.

A mí, personalmente, este tema me afecta, pues uso la talla más pequeña que existe en el mercado: la treinta y dos, y la S para camisetas, sudaderas, etc. Desafortunadamente éstas solo la puedo encontrar en muy pocas tiendas. Tengo también amigas altas que son muy delgadas y a las que puedo prestarles mis camisetas. Ni ellas ni yo estamos enfermas ni necesitamos un apartado de ropa especial.

Si esta situación cambiara, los consumidores podríamos disfrutar de un moda que se adaptase a nuestros gustos y necesidades.