VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

El pueblo al otro lado
del bosque

Sara Yin, 16 años

                 Colegio IALE (Valencia)  

El viento aullaba y azotaba las ramas de los árboles. Las hojas caían a su merced mientras éste, furioso, las volvía a levantar del suelo y las arrastraba lejos.

En el horizonte, una figura encapuchada avanzaba en dirección contraria al viento, defendiendo su frágil piel de la helada ventisca que se filtraba a través de la capa. Se oía el castañeo de sus dientes, pero por encima de eso, el llanto de un bebé cortaba el fuerte ulular. La figura tomó el contorno de una mujer mayor, con la cara demacrada por años de penas. Sus profundas ojeras contrastaban con la agudeza de sus pómulos, haciendo visible el contorno de su cabeza.

Mientras se acercaba a mí, pude ver cómo sujetaba al bebé con tanta fuerza que éste apenas parecía respirar. Sentí pena por ambos y, también temblando, tiré los troncos para acercarme enseguida a socorrerlos. La mujer cogió al bebé con un brazo mientras con el otro agarraba mi abrigo. Cayó de rodillas sobre las hojas secas y comenzó a balbucear palabras sordas. Tratando de calmarla, la ayudé a levantarse e hice ademán de socorrerla con el bebé, tan cubierto que sorprendía que pudiera respirar, pero no cedió a mi amabilidad, así que dejé que siguiera sosteniéndolo.

Abrí la puerta de la posada y nos llenamos enseguida del calor que emanaba la chimenea. Acompañé a la mujer a una silla mientras ésta seguía murmurando agradecimientos. Llamé a Tea, la posadera, antes de volver a por los troncos.

Mi madre, quién hasta entonces había estado observando por la ventana, acudió a ayudarme. Trató de convencerla para soltar al bebé. Fue en vano. Mientras, Tea hacía infusiones calientes. La mujer había empezado a llorar. Supuse que de agradecimiento, y aceptó la bebida mientras negaba con la cabeza una y otra vez.

Cuando regresé, vi que algunos de los clientes se habían arremolinado alrededor de la mujer y me uní a ellos. Todos estábamos de acuerdo en que tenía que descansar antes de contarnos nada, por lo que le ofrecimos una habitación, pero ella se negó. Soltó la taza y comenzó a hacer gestos con las manos: su dedo índice describía curvas sobre la palma de una mano. Tea entendió de inmediato el mensaje y fue a coger papel y lápiz. La mujer comenzó entonces a escribir vigorosamente sobre la hoja. Sus trazos, aunque torpes por el temblor de su mano, eran precisos y su letra lo suficientemente clara como para que pudiéramos leer su mensaje.

Cuando terminó, sus ojos estaban empañados de lágrimas. La gente se miraba incómoda, sin saber qué hacer mientras ella, cabizbaja y cubriéndose el rostro con el pelo, nos alargaba la nota. Mi madre tomó la iniciativa y cogió la hoja. Para mi sorpresa, me la entregó a mí.

Algo asustado por lo que podía encontrarme, empecé a leer en voz alta.

<<Siento haberme presentado de una manera tan brusca en su posada. Agradezco la amabilidad con la que nos han acogido y me encantaría poder pagárselo de algún modo, pero no tengo nada más que un hijo tullido y mi vida. He caminado durante varios días, atravesando el bosque, huyendo del pueblo que hay al otro lado. Quisiera que leyeran mi historia porque es uno de los pocos modos que encuentro para explicar mi repentina aparición. Allá de donde vengo, siempre hemos estado en conflicto con otro pueblo y escasean la comida y las camas. Vivir es un privilegio reservado solamente para los fuertes y algunas mujeres. Como habrán comprendido, soy muda, pero el hecho de ser fértil me permitió vivir, aunque no he podido evitar que me trataran todos estos años con la condición de lo que soy: una mujer defectuosa.

Este niño es mi primogénito. Su padre murió antes de que naciera y la fortuna decidió que el destino del niño no fuera diferente al mío. Allí de donde vengo, los niños lisiados son abandonados en los bosques para servir de alimento a las fieras. Pero yo no fui tan fuerte como esas madres, así que huí.

Les aseguro que haré lo que sea con tal de ver a mi hijo crecer. Lavaré, fregaré y cocinaré en su posada, cortaré la leña que haga falta. Ayúdennos por favor>>.

Nadie se atrevía a mirarla, aunque oí a algunos murmurar al fondo de la sala. La mujer estaba roja de vergüenza mientras seguía llorando. Mi madre alargó los brazos y la mujer le dio al bebé. Cuando el retoño quedó al descubierto, se oyeron exclamaciones de horror.

-¿Has visto esa cara?

-Es como si estuviera...

Aquel niño resultó ser una niña.

Dos noches después, un comerciante piadoso decidió acogerlas junto a su mujer e hijos. La niña pasó a ser una hija más.

Un día no volvimos a saber nada más de ella, aunque algunas noches imagino con horror ese extraño pueblo al otro lado del bosque.