IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

El quirófano

Ana María Febrer, 15 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

Ha amanecido frío. Las manecillas del reloj de la sala de espera marcan las siete y media. La aguja segundera sigue, lentamente y sin pausa, su recorrido. La secretaria, con aspecto soñoliento, contesta amablemente a todas las llamadas que recibe el hospital. Los médicos recorren ajetreados los pasillos. Todo el mundo parece ocupado. Nos acercamos al quirófano. En el centro y dormido, se encuentra el paciente. Es Jorge, un niño de siete años que sufre serios problemas intestinales.

La operación está durando más de lo previsto. La situación empeora a medida que el tiempo avanza y el peligro de muerte es cada vez más alto. Se puede palpar la tensión sin necesidad de palabras. Nadie sabe cuándo finalizará este cúmulo de excitación, impaciencia y nerviosismo.

José, un doctor ya mayor, es quien lidera la intervención quirúrgica. Es un excelente cirujano. Su mirada se dirige constantemente hacia la línea verde que marca los latidos del corazón. Las irregularidades son cada vez más repetidas y constantes. El anestesista, que dirige junto a José todo lo que se está llevando a cabo en aquella sala, no cree que se pueda hacer mucho más por Jorge. Es joven y sus dudas aumentan como también aumentan los segundos que pasan. Decide hablar con su compañero:

-No creo que podamos hacer mucho más, José. El corazón late cada vez con menos fuerza. La sangre apenas puede seguir su recorrido por todas las partes del cuerpo. Me temo que esta vez, no hay remedio.

José suspira y, con voz firme, le replica:

-No temas, jovencito. No lo hemos intentado todo aún y no pararemos hasta que realmente no se pueda hacer nada más. Y eso no nos toca a nosotros decidirlo.

Unas cuantas plantas más arriba los padres del niño esperan a que la operación finalice. Se encuentran en la habitación 391. Su hijo había pasado allí la noche y no se despertó hasta que se lo llevaron al quirófano. Desde entonces continúa dormido, esta vez gracias a la anestesia. Su padre permanece en pie y da vueltas por la habitación. De vez en cuando sale al pasillo con el deseo de verle llegar sano y salvo. Su mujer no dice nada; está sentada en el sofá y ruega interiormente que todo salga bien.

En el quirófano apenas quedan fuerzas para continuar. No creen que el pequeño paciente pueda salir vivo. José percibe el desánimo. Sus compañeros tienen caras largas. Pero el médico mantiene en calma. Decide dejar por unos segundos el bisturí y, en voz alta para que lo oigan todos, proclama:

-Escuchadme bien. La probabilidad de que este chico viva no es muy alta. Su corazón está débil y las cosas se están complicando. Muchos pensáis que ya nada se puede hacer y todos estamos cansados. Opináis que lo mejor es dejarlo, pero no debemos olvidar que su familia ha puesto su confianza en este equipo. Así que no podemos echarnos atrás. Así que vamos a dejar las caras tristes y hacer lo mejor que sepamos y podamos nuestro trabajo. Si fracasamos, fracasaremos juntos. Si salimos de ésta, nuestro esfuerzo no habrá sido en balde. Sea lo que fuere, lo haremos unidos.

-¡Doctor! -una voz de alarma interrumpe su discurso-. ¡El chico se está desangrando! Creo que la derrama por la apertura izquierda...

Sin dilación, vuelven todos a la sus responsabilidades. Se apresuran a colocar gasas limpias, quitarlas y poner otras nuevas. Vigilan con intensidad los latidos del corazón.

-¡Necesitamos una transfusión! -señala José-. Julia, Pedro, ir al banco de sangre y traer bolsas del grupo A positivo.

A los pocos minutos medio hospital busca plasma para el niño. Pero los minutos pasan y no aparecen las bolsas.

-Doctor, necesitamos la sangre -informa el anestesista.

La herida sigue manando y la tensión en el quirófano aumenta. Parece que ya no se puede hacer nada más...

***

Ha caído la noche y el niño reposa con un pijama azul. Su madre está llorando.

Entra José en la UCI.

-Valoramos todo su esfuerzo, doctor -empieza a hablar el padre.

-Sabemos que han hecho todo lo posible por salvarle la vida y les estamos muy agradecidos –añade la madre.

-Es mi trabajo –concluye el médico-. Jorge despertará en breve y en un par de semanas estará mejor. Para entonces ya podrá irse a casa.

Entonces se despide de ellos y abandona la sala. Esta noche podrá dormir tranquilo.