XI Edición
Curso 2014 - 2015
El regalo
Juan Antonio Arenas Jáimez, 15 años
Colegio Mulhacén (Granada)
Fue durante la segunda mitad del pasado siglo, en una pequeña villa cercana a Madrid, cuando Margarita se convirtió en la viuda de un acaudalado terrateniente. Sabía que había muchos paisanos que la envidiaban, sin tener en cuenta la tristeza que le embargaba a causa de la ausencia de su esposo, que falleció mientras trabajaba en el almacén de la finca; un mal equilibrio lo empujó a partirse el cuello tras caerse desde una escalera. Con gusto Margarita hubiese renunciado a los campos y a la casona de altos techos, con tal de que Mario no hubiera muerto.
La viuda recibió una extraña carta en la que un desconocido le reclamaba una deuda del fallecido, una deuda de juego por valor de 300.000 reales. Margarita se puso en contacto con él, quien le aseguró que su difunto marido había perdido una apuesta. Ante la duda, manifestada por el jugador, de que no cumpliera su palabra, le exigió una garantía. Según aquel hombre, Mario, que era un hombre de honor, contestó que si el dinero no llegaba a sus manos en un par de meses, podría quedarse con el hogar y los campos, que eran sus bienes más preciados, pues allí habían residido sus antepasados, habían nacido sus hijos y guardaba los recuerdos de la infancia. Fue aquello lo que despertó toda clase de dudas en Margarita, ya que el difunto nunca hubiera puesto como garantía sus bienes más queridos.
Y es que cuando aquel individuo se enteró de la muerte del terrateniente, pensó que podría aprovecharse de la viuda y reclamarle aquel dinero, haciéndole creer que su marido no le había pagado aquella deuda inexistente. Por eso escribió la carta extorsionadora.
Margarita invitó al hombre a su casa aquella misma tarde, para explicarle que no le pagaría tal cantidad, ya que no había podido conseguirla. Indignado, exigió que le entregara la casona y las tierras. Le amenazó con que regresaría en una semana, dispuesto a cobrarse lo que le correspondía.
La viuda, desesperada, decidió investigar en el escritorio de su marido, por si hubiese dejado alguna nota al respecto. Al meter los dedos por debajo de la mesa, descubrió un cajón secreto. Lo abrió y encontró un recibo en el que se decía que Mario había pagado hasta el último de los reales de aquel lance.
Margarita llamó a los alguaciles. Era el momento de echarle el guante a un mentiroso.