XVI Edición
Curso 2019 - 2020
El rey
Jorge Gutiérrez Leguina, 17 años
Colegio Munabe (Vizcaya)
Los últimos invitados ocuparon sus asientos. Adrián caminaba hacia el altar; iba a celebrarse el enlace más esperado del año.
–Sería un error– susurró.
–¿Qué dices, hijo mío?– su madre le acompañaba, orgullosa, tomada de su brazo.
–Digo que será un honor.
La reina se encontraba en el presbiterio, frente a uno de los lados del altar, con los ojos fijos en el novio.
<<Parece mentira que nuestra hija se vaya a casar con este hombre>>, pensó.
Adrián se detuvo ante el retablo, saludó cortésmente al obispo, hizo una reverencia a su majestad y giró sobre los talones para ver la entrada de Laura en la Iglesia, acompañada de su padre, el rey.
<<Parece mentira que esta sea la mujer con la que voy a pasar el resto de mis días>>, meditó.
Le habían enseñado que el matrimonio no es una decisión cualquiera, porque es una unión que compromete para toda la vida.
–Laura y Adrián, ¿venís a contraer matrimonio sin ser coaccionados, libre y voluntariamente? – el obispo les miró a uno y a otro.
El futuro príncipe volvió un poco la cabeza para observar a sus amigos entre el grupo de testigos, en el que destacaban los miembros de las casas reales de Europa. Recordó el día en el que les contó que se iba a desposar con la mujer más deseada del país. Ellos le miraron con incredulidad y envidia. Todos querían ser Adrián, salvo él, que en aquellos momentos prefería ser cualquier otro hombre.
El obispo carraspeó:
–Repito, ¿venís a contraer matrimonio sin ser coaccionados, libre y voluntariamente?
Entonces Adrián decidió que lo mejor era zanjar el asunto para poder ir a palacio.
<<Así podré darme un buen baño en la piscina>>, pensó, atosigado por el calor.
–Sí, venimos libremente –pronunciaron al unísono, aunque a Adrián le tembló la voz.
–¿Estáis decididos a amaros y respetaros mutuamente durante toda la vida?
–Sí, estamos decididos.
Tras el resto de las preguntas de escrutinio, llegó el momento del consentimiento.
–Adrián, ¿quieres recibir a Laura como esposa, y prometes serle fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarla y respetarla todos los días de tu vida?
Sus amigos le miraban. Sus padres le miraban. Los Reyes le miraban. Incluso la princesa le miraba.
–¿Y qué dijiste tú? –su pequeño hijo tenía los ojos bien abiertos.
–Lo que se debe decir –le contestó con una sonrisa.
–¿Y ya está? –el niño esperaba algo más.
–Ya está, sí. ¿Te parece poco? Si aquel día hubiese dicho un “no”, nada de esto sería mío: ni los coches, ni el palacio, ni el jardín… ni siquiera aquella pecera –señaló un gran acuario y se quedó pensativo–. En definitiva, hijo mío, si aquel día no hubiera confirmado mi amor por tu madre, nunca hubiera sido la persona que sacó a este país de la ruina, el que firmó la paz con Suecia, el que promovió el comercio con Reino Unido... En definitiva, nunca hubiera sido el rey.
–Y no lo eres, papá. La reina es mi madre.