VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

El salto

Verónica Ana Adell, 15 Años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Llevábamos unas cuatro horas de viaje cuando Alex, uno de mis amigos, decidió canjear el plan. Cambió la ruta y, en vez de ir a la playa como teníamos pensado hacer, nos llevó a un acantilado alejado del pueblo.

Aparcó la camioneta y nos hizo bajar a todos.

-Ya hemos llegado.

-Pero… ¿Que hemos venido a hacer aquí?-preguntó mi mejor amiga.

-A tirarnos por el acantilado. ¿Qué clase de pregunta es esa?-argumentó como si fuera obvio.

-Nadie había planeado hacer algo así, Alex -afirmó Maxi.

-Pues es lo que haremos hoy. Lo pasareis genial. Nuestras vacaciones no tienen por qué disfrutarse siempre en la playita, sin nada emocionante que hacer.

Nos acercamos a comprobar la altura a la que estábamos de la superficie del mar. Me temblaron las piernas al darme cuenta de que eran unos cuantos metros.

-¿Quién quiere ser el primero?-cuestionó Alex entusiasmado.

Pero nadie respondió. Sabíamos perfectamente que era peligroso. Nos encontrábamos en una zona despoblada de la costa, y ninguno de nosotros podía imaginar la profundidad del agua o si habían rocas debajo.

-Marta, ¿quieres probar tu? -me desafió.

No me hacía mucha gracia la idea.

-Eres la más valiente de todas.

Negué con la cabeza mirando al horizonte con desafío. No quería imaginar la sensación de vacío que se formaría en mi estomago si me tiraba.

-¡Oh, vamos! Las chicas primero…-sonrió con malicia.

Me volteé hacía él.

-¿Por qué no lo pruebas tú?-le propuse.

-Porque yo siempre soy el primero…Y no quiero estrenarte la experiencia.

Le miré de mala gana y caminé, alejándome de él.

-¡Marta no te rajes ahora!-comentó uno de los chicos.

-Sí, vamos. Puedes hacerlo-agregó mi mejor amiga.

Subí la mirada hacía ella, sorprendida al ver que estaba del otro bando. Después continué mi camino sin inmutarme de lo que decían a mis espaldas, hasta que oí:

-Que petarda... Eres una gallina.

Cerré los ojos y apreté la boca con fuerza, esquivando los impulsos de soltar mi rabia hacía Alex.

-¡Que lo haga! ¡Que lo haga!...-empezaron a tatarear todos, exaltados.

Respiré profundamente hasta que logré relajarme.

¿Por qué lo hacían? ¿Es qye yo no tenía libertad para decidir lo que debía hacer? ¿Por qué no me dejaban en paz? No me molestaba aparentar ser una cobarde, ya que saltando desde una roca no ganaría una medalla ni me traería nada bueno. Con todo y con eso, aborrecía tener que escuchar sus lamentos. En el fondo, había algo que me impulsaba a saltar y, de esa manera, dar la cara, pero me resultaba inevitable el miedo, que todo lo arrebata. Me giré y me di cuenta de que todos tenían los ojos puestos sobre mí.

Me asomé para volver a contemplar el agua.

¿Saltaba o no saltaba?... ¿Qué debía hacer?... ¿Seguir mis corazonadas o dejarme llevar por lo que decían mis amigos?... ¿Ser yo misma o dejares la imagen de una miedica a las alturas?... Ya que esa era la verdad, estaba comenzando a marearme al observar la marea mecerse con calma.

-Marta, recuerda que no tienes por qué hacerlo -admitió Maxi en un susurro que me recordó que no me encontraba sola.

Decidida a olvidarlo, noté una mano que presionaba mi espalda. Además, un empujón.

Al abrir los ojos, estaba volando por los aires, con el mar bajo mis pies.