XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

El saxofón

Carmen Bilbao, 16 años

                 Colegio Ayalde (Bilbao)  

La capa de polvo del saxofón no permitía que este reluciera como en el pasado. Nicolás lo miraba mientras una nube de pensamientos le recorría la cabeza, como la vez que tuvo que tocar delante de toda su clase o las decenas de audiciones a las que le llevaron sus padres.

Lo recordaba como si hubiese sucedido ayer: la adrenalina antes de subir al escenario, los aplausos que llenaban sus oídos, incluso los programas que anunciaban el orden de la audición.

Ahora quedaba esa capa de polvo para decirle que las cosas habían cambiado. Quizá fuese ese instrumento la razón por la que le costaba tanto dejar su hogar.

Un ataque de tos le estremeció el cuerpo. Nicolás tuvo que sujetarse al sillón en el que solía sentarse a leer. Entonces le vinieron a la cabeza tantas ocasiones en las que Claudia tenía pesadillas y le pedía que le leyese un cuento para calmarse. Nicolás la sentaba en su regazo y entonaba, página tras página, hasta que su hija caía en un sueño profundo. Entonces la llevaba en brazos a su habitación y la arropaba.

Como si ese recuerdo hubiese sido una señal, Claudia asomó la cabeza por la puerta del salón.

—Papá, ha llegado el autobús de la residencia.

Nicolás miró por la ventana. Afuera un hombre desplegaba la rampa del autobús. Se volvió para observar por última vez aquel bonito salón, intentando atrapar cada detalle. Se había criado en aquella casa. Nunca pensó que iba a llegar el día en el que tuviera que marcharse.

Claudia y él iban en el autobús, sentados el uno al lado del otro, ambos tristes de que se tuviese que ir.

Llegaron a una casa de grandes dimensiones, con un jardín lleno de plantas. Todo parecía tranquilo y agradable, aunque estaba convencido de que no habría un solo anciano contento por vivir allí.

Entraron. Claudia se quedó organizando la habitación mientras Nicolás exploraba los alrededores. Cuando llegó a su cuarto, su hija se despidió de él, dejándole a solas en su nuevo hogar.

Inspeccionaba la habitación cuando un objeto que reflejaba la luz que entraba por la ventana captó su atención. Era el saxofón, aunque parecía nuevo, como recién comprado. Supuso que Claudia lo había llevado sin que él se diese cuenta.

Junto al instrumento había un sobre que contenía una tarjeta. Nicolás, con manos temblorosas, leyó:

«Para que nunca dejes de pensar en casa».

Tomó el saxofón entre las manos y se sentó en la cama. Colocó los dedos sobre las clavijas y sopló, creando una nota. Volvió a hacerlo, cambiando la posición de los dedos, hasta que formó una melodía.