XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

El silencio no existe

Rocío Fernández, 14 años

                  Colegio Guadalimar (Jaén)  

De niña, mis padres me mandaban guardar silencio cuando ellos hablaban, los profesores pedían silencio en la clase y mi hermano mayor me suplicaba que le dejara en paz para que pudiera estudiar en silencio, porque necesitaba concentración. Yo me limitaba a sacudir la cabeza, consternada, pues no entendía a qué venía tanta necesidad de ese nombrado “silencio.”

Más tarde, en mis años de adolescente, llegué a la conclusión de que el silencio no existe.

Puede parecer una afirmación radical y seguramente turbadora. De hecho, podemos encontrar referencias al silencio en nuestro día a día, tanto en las novelas, que lo describen como “relajante y necesario” o como “incómodo y tenso”, o en las expresiones utilizadas por las personas de nuestro entorno.

Desconozco la razón por la que tratan de encontrar adjetivos o usos para la palabra “silencio”. Al fin y al cabo, y pensándolo objetivamente, es un concepto metafórico.

Nunca vamos a encontrar un silencio absoluto como el descrito en las novelas. Los sonidos están muy presentes en nuestra vida diaria. Incluso cuando encontramos un momento de tranquilidad y soledad, por más que lo asociemos erróneamente con el silencio, podemos distinguir nuestra respiración, el del canto de los pájaros en el exterior, el de los viandantes y los vehículos que pasan bajo nuestra ventana… La lista es infinita.

Puedo afirmar de nuevo, por tanto, que el verdadero silencio no existe. Que dejó de existir en el mismo momento en el que explotó el Big Bang. Por otra parte, los seres humanos no estamos hecho para el silencio. Es más, el hecho de no poder escuchar nada está asociado con una discapacidad y con la misma muerte.

El transcurso de la humanidad ha sido y será un vaivén de sonidos. Pensamientos, ideas, revoluciones, descubrimientos, todo ello altera nuestro idílico silencio.

De esta manera, podemos concluir que fuimos creados para hacer ruido, y disfrutar de él, porque si el mundo quedara de repente en silencio, todo perdería el sentido del que una vez fue dotado. Al fin y al cabo, ¿para qué estamos aquí, si no es para hacer ruido?