XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

El sueño compartido 

Lucía Calero, 16 años

Colegio IALE (Valencia)

–Y fue entonces cuando se me ocurrió la brillante idea de coger nuestras libretas y libros, para tratar de ahuyentar a los pájaros, que revoloteaban como locos por la clase –Dani tuvo que interrumpir su relato, ya que su hermana no parecía prestarle atención–. Pero, Marta… ¡Escúchame!

Marta, que estaba todavía medio dormida, desayunaba sin atender a su hermano pequeño que, como cada mañana, se había puesto a narrar el sueño con el que se había despertado.

–Es que, Dani, todas esas aventuras no han ocurrido ni van a ocurrir. Así que no pasa nada si no atiendo a cada detalle de tu sueño.

Tras una breve discusión se dirigieron al colegio, como de costumbre.

Horas más tarde, mientras Marta atendía al profesor de Historia, el cielo se nubló. Apenas se podía ver la luz del sol a través de la ventana, pues una nube muy oscura y peculiar se iba acercando al colegio. Traía consigo unos ruidos estridentes que iban aumentando poco a poco. Marta se quedó sobrecogida al comprobar que la nube estaba compuesta por cientos de pájaros.

–¡Cerrad las ventanas! –gritó poniéndose en pie. Pero ya era tarde. 

Una bandada de cuervos entró en el aula. Volaban de un lado a otro, golpeándose con las paredes y los alumnos. En medio del caos, Marta recordó lo que esa mañana Dani le había contado. Asustada, se refugió de las aves debajo del pupitre. Había llegado a la conclusión de que, aunque pareciera un sinsentido, había entrado en el sueño de su hermano. 

Decidió salir de la clase y correr a la de su hermano, que estaba en el piso inferior, convencida de que solo él sabría qué tenían que hacer para que acabase aquella pesadilla. Siguiendo los consejos que le había escuchado, se puso la libreta sobre la cabeza para protegerse. Con el brazo que no sujetaba el cuaderno trató de espantar a los cuervos al bajar las escaleras. 

En el aula de los pequeños también habían irrumpido los pájaros y los niños estaban escondidos bajo las mesas.

–¡Dani! –lo llamó.

El pequeño le explicó que si todos los alumnos se ponían a aullar, imitando el llanto de los lobos, los pájaros huirían asustados. Y así fue. Los cuervos salieron por las ventanas y volvieron a formar la gran nube, que se alejó por el horizonte. Cuando Marta iba a celebrar con Dani que la pesadilla había pasado, fue ella la que despertó.

Estaba en su habitación, desubicada, asimilando el curioso sueño. Era domingo, así que no había estado en clase, ni había tenido que pelearse con cuervos ni había una sola nube en el cielo, que lucía un límpido azul. Había permanecido dormida en su cama todo este tiempo. Y esta vez había llegado su turno. Quería relatárselo a Dani durante el desayuno, pero vio la hora y se dio cuenta de que no podía esperar hasta entonces.

Echó una carrerilla hasta la habitación del pequeño y lo despertó. Y a pesar de que Marta le había hecho madrugar, atendió con interés el relato de la pesadilla. 

A partir de entonces, los dos hermanos escucharon cada mañana el sueño del otro, para disfrutarlo como si fuese propio.