IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

El teatro

Ana Mercedes Hilario, 16 años

                Colegio Las Chapas (Málaga)  

Hace unos días asistí a una función cómica. En el vestíbulo del teatro había muchos adultos con sus mejores galas. “Madre mía”, pensé, “si sólo van a ver una obra teatral”. No es que yo fuera mal vestida, al contrario, iba elegante, pero no tanto como aquellas personas. También me fijé que no había más de tres niños y adolescentes. Los jóvenes no frecuentamos el teatro, asunto que me preocupa.

Pasamos después de entregar nuestras entradas a dos porteros elegantemente vestidos y tocados con gorras doradas de visera de charol. Al surcar la puerta recordé la primera vez que pasé por allí, hace ya unos cuantos años, y lo mucho que me impresionó. La sala es grande, todos los materiales tienen tonalidades ocres y rojas, como si emularan a los teatros antiguos, el suelo está enmoquetado para amortiguar el golpeteo de los tacones de las mujeres, tan pintadas y repeinadas, o el de los bastones de los hombres mayores, con sus trajes de corbata y sus mocasines brillantes. Había, por lo menos, cuatrocientas butacas rojas, muy cómodas y amplias, además de otras cien en el segundo piso. El escenario, con su suelo negro se encontraba oculto por grandes cortinones que colgaban desde el techo. Empezó a sentarse el público. Cinco minutos antes de que se alzara el telón, ya estaba todo el mundo preparado, con los abrigos sobre las piernas o en los pies.

Por fin sonó una música, sube el telón y el público calla. Sobre el escenario se mantienen de pie tres paredes que dan forma a una habitación de hotel, con su cama, sus puertas, sus mesitas, el espejo, las sillas y un taburete. A continuación dos mujeres entran por la puerta. Una es trabajadora del hotel y la otra la que va a estar presente durante toda la obra: la protagonista. Desaparece la doncella y entra un hombre, el segundo protagonista. Era como el cine, pero más cercano y lejano a la vez. Cercano porque lo que ves en directo, con personas de carne y hueso que están ahí; lejano porque te separan de ellos unas cuantas filas de butacas. La gente se reía con los chistes. Era bonito. La interpretación, en riguroso directo, sin cortes ni montajes, no como en el cine y la televisión. Me imaginé a los actores antes de comenzar la función, tensos porque pueden equivocarse y todos los espectadores se darían cuenta.

El teatro tiene una magia especial, es distinto. Estamos tan acostumbrados a las mentiras de la televisión, que recomiendo a todo el mundo disfrutar de una obra teatral.