XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

El telón

Camila Miluska Enríquez, 16 años

Colegio Nuestra Señora del Pilar (Arequipa)

El camerino no era lo suficientemente grande para que Claire se sintiera cómoda. Había estado caminando de un lado a otro durante la última media hora, pues los nervios se habían adueñado de ella. Tal era su ansiedad que no era capaz de relajarse con la respiración. Estiró los brazos en un vano intento de apaciguar los ánimos y, por accidente, tiró su cepillo al suelo.

Lo recogió y torpemente lo colocó sobre la mesa. Entonces decidió distraerse entonando la canción con que abriría el primer acto. Abrió la boca, pero las palabras no le salieron: ¡había olvidado el comienzo de la primera estrofa! Se sentía como una niña pequeña, vulnerable y débil, como en su primera lección de canto. Sacudió la cabeza y lo intentó nuevamente.

«…But no matter what, the stars will lead us through»…

La frase que contenía el título de la canción llenó el camerino. Eso le bastó para espantar toda la tensión que se acumulaba en sus entrañas.

La gente que la rodeaba tenía razón cuando le decían que no había ningún motivo para que estuviera nerviosa: no era su primera performance, después de todo. Claire había pisado los escenarios antes de que internet se hiciera popular; podría decirse que había crecido sobre las tablas. Se había presentado en pequeños teatros de Brooklyn y Queens, y logró notables actuaciones para el departamento de drama de la NYU. Todos sabían que estaba de sobra preparada. Todos, menos ella.

«Esto es Broadway —se decía, convencida de no estar aún a la altura de las grandes estrellas que habían actuado en aquel teatro—. Si cometiera un error, no me lo perdonaría».

Se sentó, frustrada, tratando de pensar en algo positivo. Intentó recordar las sonrisas de los directores cada vez que terminaban los ensayos, complacidos por el impecable trabajo de todo el elenco. Intentó recordar los cumplidos que días atrás había recibido del crítico del New York Times, así como los buenos momentos que había vivido junto a sus compañeros durante el arduo montaje del musical.

De pronto escuchó:

—Tercera y última llamada. Por favor, les pedimos que apaguen sus teléfonos celulares y les recordamos que hacer fotos y vídeos está terminantemente prohibido a lo largo de la representación.

Las palabras arrastradas de aquella voz metálica le aceleraron el corazón y sus ojos se humedecieron por el miedo. Pero no se permitió llorar. Sabía que si derramaba una lágrima y arruinaba el delineador, Sally, su maquilladora, la freiría en aceite caliente.

Cambió su táctica: tomó una gran bocanada de aire y lo contuvo un par de segundos en sus pulmones. Empezó a contar hasta diez mientras lo soltaba por la boca, pero al llegar al último número por poco no sabía dónde se encontraba. No recordaba el nombre de su personaje, mucho menos una canción o una coreografía. Los nervios la habían consumido por completo. Se tumbó en el sofá, rendida, cuando la puerta se abrió repentinamente.

—¿No pensaras quedarte ahí?

La figura dueña de aquella voz estaba iluminada por la luz amarilla del camerino. El desordenado cabello de Peter combinaba con sus traviesos ojos marrones. Su traje era demasiado grande para su delgada figura, pero no parecía importarle. Su mano derecha escondía algo detrás de la espalda, y su sonrisa se hizo más grande cuando los ojos de Claire encontraron los suyos.

—Por todos los dioses, Peter, ¿cómo te han dejado entrar?

—He pasado tanto tiempo a tu lado durante los ensayos, que prácticamente soy parte de la obra —le respondió él con una pícara sonrisa—. Solo tengo unos minutos antes de que Valdez me eche. Pero qué clase de persona sería si no viniera a desearle suerte a mi estrella favorita… Claro que no la necesitas.

Dicho esto, Peter le entregó el paquete que escondía y se fundió con Claire en un abrazo de oso.

—Deja helado a tu público —le dijo en un susurro mientras besaba la frente de su mejor amiga.

Ella le dedicó una sonrisa que él le devolvió antes de marcharse a la carrera.

Claire echó un vistazo al regalo de Peter: una pequeña flor y un paquete envuelto hábilmente en un precioso papel azul. Se encargó de la flor y dejó el paquete para más tarde. Sin darse cuenta había superado los nervios. Se quitó la bata, dejando a la vista un sencillo vestido azul sin mangas y calentó la voz con unos cuantos ejercicios y algunos arpegios.

Martínez, el director de escena, llamó a los actores.

Haciendo acopio de valor, Claire se reunió con sus colegas y todos juntos hicieron una pequeña piña antes de colocarse en sus posiciones. Ella se acercó a un lateral del escenario, mientras escuchaba las primeras notas de los violines. Se alzó el telón y vio a sus padres, a su hermana y a Peter. Se le grabaron sus expectantes rostros antes de que el reflector la cegara. Entonces las flautas soplaron la dulce melodía que daba inicio a su canción y vio a los bailarines ejecutar hábiles movimientos al ritmo de la música.

Entonó las primeras frases de la canción que se había convertido en su pesadilla. Su voz inundó el teatro. Nada que no fuera aquel momento importaba ya. No había modo de equivocarse, pues estaba haciendo aquello que amaba. Se liberó del miedo.