XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

El tercer compañero

Luis Mora-Figueroa, 16 años

                  Tabladilla (Sevilla)  

—¿Dónde estamos?

—Mmm… Yo diría que en una habitación oscura.

—Qué inteligente...

—¡A que sí!

—No es momento de tonterías.

—Perdón, perdón… ¿Te acuerdas de algo?

—No. ¿Y tú?

—No, la verdad. Bueno, voy a ver si encuentro una salida; vuelvo a por ti en un segundo.

—¡No! Espera.

—¿Qué pasa?... ¿Has recordado algo?

—No, pero no vuelvas a por mí. Puedes perderte. Ya me las arreglaré.

—¿Qué? Pensé que no querías más bromas.

—No estoy de broma. ¡Podrías perderte!

—No voy a dejarte aquí. Ya sé: cuando encuentre la salida te aviso y me hablas para que sepa dónde estás.

—¡No! Saldré por mi cuenta.

—¿Qué te pasa?

—No vas a poder ayudarme.

—No puedes saberlo.

—Sí que puedo. ¿Y si te caes viniendo a por mí? No me lo perdonaría.

—¿Caer? ¿Un hoyo aquí? El suelo es liso.

—No sé; era un ejemplo… ¿Por qué me abrazas?

—Ni voy a abandonarte ni permitiré que rechaces mi ayuda.

—Pero…

—Insisto: me gusta que seas independiente, pero tienes que dejar alguna vez que alguien te ayude. Dame la mano.

—…

—Estoy aquí. Estoy contigo. Venga, no puedes dejarte ganar a la primera de cambio. Salgamos.

***

—¿Hermano, estás mejor?

—¿Hola?...

—Sí, hola. Perdona. Debes de estar confuso, ¿no? Es lo normal tras un golpe de calor. El capirote, la túnica de nazareno y este solano… Cuesta creer que sean tan pocos los que sufren una lipotimia con este calor. Es una suerte que estuviéramos en la Catedral y te pudiéramos meter en esta salita.

—Entonces, ¿somos los únicos que nos hemos desmayado?

—¿Somos? No, tú has sido el único; aquí no hay nadie más.

—¿Y el otro chico?

—Debe haber sido una alucinación… El golpe de calor te ha afectado más de lo que creíamos. Te dejaremos un rato solo para que descanses. Te acompañará esta imagen del Nazareno. Vuelvo en un minuto.

—Estaba solo… pero…

—Mira, tus padres ya están aquí para llevarte a casa. Es mejor que no termines la procesión.

—Espera.

—¿Qué?

—Quiero seguir.

—¿Cómo? ¿Estás seguro? Debes sentirte fatal.

—Sí… Pero… Él está aquí y no quiero que me vea rendirme. Él no se rindió.