XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

El valor de los recuerdos

María Flores Hens, 17 años

              Colegio Zalima (Córdoba)  

Sentía como si la cabeza le fuera a estallar. Llevaba más de una hora mirando la pantalla del ordenador y más de tres tazas de café vacías; ya no sabía a qué prestar atención ni hacia dónde desviar la mirada en busca de alguna fuente de inspiración.

Las ideas se le acababan y había perdido la cuenta de las veces que había borrado todo aquello que comenzaba a escribir.

Cinco horas. Cuatro mil palabras. Imposible... Sabía que no lo conseguiría y estaba molesta consigo misma. Sin percatarse del transcurso de los días, lo había dejado para el último momento. Decidió entonces cerrar el ordenador y tumbarse en la cama mirando al techo.

De repente, notó que algo se caía al suelo. Se asomó y vio que era una foto. Miró la pared para comprobar si se había caído alguna más, pero aquella había sido la única. La recogió y la acarició con mimo. Recordaba aquella foto: fue la primera que pegó en la pared. Tenía ocho años cuando se la hicieron y salía sonriendo, mellada, en la puerta del colegio.

Decidió entonces sacar el baúl que tenía debajo de la cama, donde guardaba todas las fotos en grandes álbumes. Foto tras foto, recuerdo tras recuerdo… Era increíble cómo con tan solo el clic de una cámara se podía inmortalizar un sentimiento, un deseo, una ilusión… Añoraba esos momentos pasados y soñaba con volver atrás en el tiempo y poder revivirlos una y otra vez.

Recuerdos…

Sabía que los recuerdos a veces te juegan malas pasadas. Nunca se olvidaba de ningún error y eso le hacía tener miedo a cometerlos de nuevo. Tampoco había sido capaz de olvidar su primer sentimiento de culpabilidad ni su primer fracaso. Junto a esos recuerdos negativos guardaba en su mente otros muy positivos: la imagen de un público entero aplaudiéndola tras conseguir su primer premio de relato, el esfuerzo y la dedicación que había puesto para sacar unas notas más altas, la satisfacción de lograr sus metas…

Bien mirado, lo cierto era que para ninguno de aquellos recuerdos tenía una foto. No era necesario hacer fotografías de todos y cada uno de los instantes de la vida; es más, en ocasiones es mejor disfrutar del momento que preocuparse de capturarlo con una cámara.

Volvió a abrir el ordenador. Ya tenía un tema sobre el que escribir.