XVIII Edición

Curso 2021 - 2022

Alejandro Quintana

El viajero del tiempo 

José David Vizcardo, 15 años

Colegio Nuestra Señora del Pilar (Arequipa, Perú)

El viajero del tiempo se despertó minutos después de materializarse. Una vez recuperado, encendió el monitor para saber a qué época de la Historia había llegado. Tras registrar durante cinco años los sucesos acaecidos durante la Revolución Francesa, sus jefes le habían ordenado regresar a la sede secreta del Departamento de Defensa. Pero mientras configuraba la máquina con la que viajaba por el tiempo, sufrió un ataque de alergia y estornudó sobre los circuitos, lo que fue suficiente para que la máquina colapsase e iniciara un viaje errático. 

Mientras la pantalla cargaba la fecha de su destino, el viajero se preguntó a qué época habría llegado, pues en esos casos la maquina decidía automáticamente entre un limbo dimensional. El viajero sorbió de un solo trago un vaso de café antes de leer, sobre el fondo luminiscente:

<<CALCULOS FINALIZADOS. FECHA ESTIMADA: MES DE ENERO DEL AÑO 2030>>.

Se quedó asombrado. Sabía que el Departamento de defensa había trabajado durante casi una década la ecuación para los saltos hacia el futuro, pero, a pesar de haber resuelto las operaciones matemáticas que conducían al pasado, ante la limitada tecnología de finales de los años ochenta del siglo XX y ante la de los científicos a causa del alto secreto con el que se llevaba el proyecto, este se encontraba estancado respecto al futuro. Los altos mandos no contaban con que uno de sus tripulantes (todos ellos eran historiadores) sufriría un accidente: su máquina se veía afectada por una anomalía que iba a conducir a su piloto a unos cuarenta y nueve años más allá del presente.

El tripulante se preguntó qué debía hacer. Según el reglamento, volver inmediatamente al año 1983 a partir de la ecuación que estaba grabada en la memoria de la máquina. 

<<Si lo hago, perderé la oportunidad de escribir un capítulo en el libro de la Historia>>, pensó con la decisión ya tomada. 

A sus jefes no les importaba el conocimiento tanto como la búsqueda de oportunidades para reforzar su maquinaria de guerra. Él, por el contrario, quería descubrir el mañana en beneficio del saber. Además, ante los riesgos que había corrido, merecía convertirse en la primera persona en pisar el mañana.

Se puso un traje, tomó su maletín de herramientas y una cámara de video, y respiró hondo: se preguntó si estaba listo para conocer el futuro, si conseguiría comprenderlo. Al fin abrió la escotilla y abandonó la máquina.

El viajero había llegado a una gran ciudad repleta de rascacielos, todos construidos con el mismo diseño y atiborrados de carteles de neón que promocionaban distintos productos. En la calle había pistas de plomo por las que circulaban autos voladores infestados también de publicidad. La máquina había aterrizado en la azotea del edifico más alto de todos.

El viajero salió a investigar cuanto había avanzado la ciencia en casi cincuenta años. Se preguntó si se habrían extinguido las enfermedades y si al fin se habría colonizado Titán.  Sin embargo, por más que buscó por toda la cuidad, no encontró ningún centro de investigación, ni siquiera una biblioteca.  Solo había tiendas de ropa, centros comerciales, oficinas, y restaurantes de comida rápida. Todo a su alrededor estaba destinado a la compra y venta de servicios. 

Buscó algún museo para ver qué tanto había cambiado el concepto de la pintura y la belleza, pero no encontró nada. Cuando le preguntó a un señor donde podría ver una galería de arte este le respondió: 

–¿Para qué querría yo ir a una galería? Trabajo doce horas al día, no tengo tiempo ni para ver a mis hijos. 

El piloto entendió por qué no vio ninguna biblioteca: la gente había perdido el gusto por la lectura y el arte. Es decir, el hombre del futuro era incapaz de ver más allá de lo evidente. Descubrió que existían unos aparatos que brindaban todo el conocimiento y entretenimiento sin necesidad de interpretación ni análisis. 

Se acercó a un centro de oficinas para entrevistar a los empleados, haciéndose pasar por un gerente. Quería ver en qué consistían sus trabajos y qué cosas y actividades les motivaban.

–Me encargo del papeleo de la empresa –le dijo uno de ellos–. Lo llevo haciendo desde hace cuarenta y cinco años. Relleno los formularios que me envían.

–¿Y por qué trabaja?

–Para poder comprar cosas. Es evidente.

–¿Por ninguna otra razón?

¬–No.

–¿Y le gusta su trabajo?

–Sí. No tengo que esforzarme demasiado; solo relleno formularios.

Los sueños del viajero se hicieron añicos al descubrir lo que pasaba en el futuro cercano: ciencia y arte habían muerto en manos del consumismo. La población había perdido el espíritu de la aventura y el anhelo de romper el velo del conocimiento: la vida del ser humano giraba exclusivamente alrededor de la satisfacción de las necesidades primarias de forma inmediata y efectiva. Tenían la tecnología y el conocimiento para alcanzar las estrellas, pero si no les genera ninguna ganancia… ¿para qué hacerlo? No trabajaban por pasión, sino para consumir de mes a mes. Los hombres de ese tiempo podían alcanzar muchísimos conocimientos, pero estaban sumidos en la más absoluta mediocridad.

A toda prisa regresó a su máquina del tiempo y la calibró para volver al presente. Debía advertirle a la comunidad científica, a su gobierno, lo que ocurriría en el mañana, para que hicieran lo que fuera necesario para que ese futuro no fuera su futuro. Debían preparar a la humanidad –con educación y valores– para que el conocimiento y la creatividad no mueran y que, tras miles de años de desarrollo, el hombre sea un mero animal.