IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

El viejo Malthus

Mónica Muñoz, 14 años

                 Colegio Canigó (Barcelona)  

Necesitaba ayuda para todo. Ni siquiera su corazón podía latir sin el impulso de un pequeño aparato electrónico que le ayudaba a sobrevivir. Era lo que más odiaba de la vejez: la perdida de la autosuficiencia, sentir como la vida se apaga de forma lenta y paulatina, que poco a poco vas perdiendo movimiento y agilidad mientras sufres solo, sentado en el sofá.

Se sentía sucio, llevaba días sin duchase, y tenia hambre, pero era consciente de que ninguna de estas labores, tan simples, las podía realizar. Simples gajes de la vida... Le supo mal recordar que cuando podía moverse no lo hacia.

Marina siempre cocinó en casa hasta que, por desgracia, le abandonó para unirse a sus antepasados. Quién iba a decir que duraría tanto el viejo Malthus, con todos sus problemas cardiacos y su invalidez. En cambio Marina, tan fresca y arreglada, acompañada siempre con lo que parecía una buena salud, se fue tan pronto... Echaba de menos todo lo que tenia que ver con ella: su embriagador aroma, su sonrisa por las mañanas y por las noches, su andar ligero y su risa ensordecedora, que llenaba el hogar de vida.

Había vivido junto a él los mejores momentos de su vida. Poco a poco, durante su jubilación, había visto como la rutina les embargaba, como sus vidas se llenaban de deliciosa monotonía y le había gustado aquella perspectiva tranquila. Hasta que llegó aquel desafortunado día... Ahora estaba solo y se sentía desamparado. Sin embargo, casi como si alguien leyera sus pensamientos, se abrió la puerta y allí estaba ella, su hija, tan parecida a Marina, con sus dos revoltosos hijos y su marido. Se le había olvidado tachar los días del calendario y, casi sin darse cuenta, había llegado el mes de diciembre.

Toda la familia venía cargada de paquetes, aunque a él le daba igual: no le importaba tener una camisa más o menos, una colonia... Lo que realmente le hacia feliz era sentirse acompañado. Aquel sí que era un verdadero regalo.

Uno de sus nietos le beso en la mejilla mientras tonteaba con los regalos y volvía loco a su padre. Le coloco un gorro de papa Noel mientras arreglaban un bonito belén y todos juntos montaban un gran árbol cargado de adornos. El viejo Malthus se encontraba tan feliz que ni siquiera se acordó de quejarse de lo cansado que se encontraba últimamente.