XI Edición

Curso 2014 - 2015

Alejandro Quintana

Ella, silenciosa y fría

María Lucini, 14 años

                  Colegio Puertapalma (Badajoz)  

<<Ya está>>.

Julio respiró hondo. Estaba hecho.

Se quitó los guantes que había usado durante la intervención y se limpió el sudor de la frente.

No soportaba verla siempre allí; le ponía nervioso. Sus ojos parecían investigar dentro de él y le resultaba imposible concentrarse así.

Al acabar cada operación respiraba aliviado y orgulloso. Sentía que había ganado una nueva batalla, aunque volvería a verla la próxima vez. Y es que nunca dejaba de asistir. Julio supuso que era porque tampoco tenía otra opción.

Ella era fría y hermosa, la única responsable de que al médico le remordiera la conciencia. No eran los habituales sollozos de aquellas mujeres… niñas —se corrigió—, pues la mayoría de las veces no eran más que niñas. Pero le daba igual; no eran ellas ni sus intentos de seres humanos quienes le atormentaban en sueños, sino la mirada de ella, amenazadora y gélida.

Como continuase aquella situación, se volvería loco. Pero no podía remediarlo, ya que a esas alturas la veía por todas partes.

Era el fantasma sin voz de aquel edificio. No hablaba, no actuaba, pero siempre estaba allí.

Al principio Julio creyó que él era el único que la veía, pero pronto comenzó a detectar destellos de temor en los ojos de aquellos que pasaban la vista por las esquinas en las que ella se apostaba. Quieta. Silenciosa. Mortal.

Esos signos de temor desaparecían con rapidez. A veces Julio creía que se los imaginaba. A veces intentaba hacerse a la idea de que ella no era real.

Nadie en la clínica hablaba de esas apariciones. Eso significaría admitir muchas cosas y arriesgarse a que lo tomaran a uno por loco.

Aun así, Julio terminó por saber que la veían. Al fin y al cabo, todos eran culpables, eso lo tenían claro. Julio, el resto de los médico, las enfermeras… y ella, por supuesto. No los dejaría en paz hasta que finalizaran con aquello… Julio sabía que no lo harían.

Ella era mujer. Ella era madre.

La Muerte contemplaba impasible los abortos, como si estuviera hecha de hielo. Sin embargo sentía, pues siempre se los llevaba en brazos.

Julio suponía que algún día le tocaría a él. Y entonces, ella no tendría piedad.