XX Edición

Curso 2023 - 2024

Alejandro Quintana

En el mismo banco 

Cecilia Izquierdo, 15 años

Colegio Sansueña (Zaragoza)

Cuando los primeros rayos de sol acariciaban las calles adoquinadas de París, Marco, armado con una novela, un vaso humeante de café y el deseo de perderse por su parque predilecto, se dirigió a aquel pulmón cuajado de árboles frondosos, un oasis en mitad del bullicio urbano. 

Se sentó en el banco que acostumbraba y no tardó en sumergirse en el libro, pero su tranquilidad se vio interrumpida por una voz infantil.

—Señor, señor… por favor, pásame mi pelota —le suplicó un niño pelirrojo, con los ojos brillantes por una mezcla de inocencia y vergüenza.

Marco levantó la mirada y le dedicó una sonrisa amable. Sin dudarlo, le entregó la pelota que había llegado hasta sus pies y le recordó que debía poner cuidado al jugar con el balón. El niño, agradecido, echó a correr de regreso, pero antes de que pudiera volver a embeberse en la lectura, una voz suave y melodiosa sonó a sus espaldas:

—Disculpa la interrupción. A veces mi hermano puede ser un terremoto –. Marco giró la cabeza–. Me llamo Eilis –la desconocida le saludó risueña–. El niño es mi hermano.

Tenía unos rasgos idénticos a los del pequeño: pelirroja, llevaba el pelo recogido en una trenza. Sus ojos verdes relucían como piedras preciosas. 

–Encantado; soy Marco. Y no te preocupes. Los niños son… niños. ¿Quieres sentarte? –le propuso al atisbar que a la joven se le encendía un rubor en el rostro.

–Gracias –aceptó la invitación y se acomodó cerca de él–. Somos nuevos en la ciudad. Nos acabamos de mudar y no conocemos a mucha gente.

–¿Nuevos? –enarcó las cejas–. ¡Qué gran noticia! Yo, al contrario, nací en París. Y me encanta este parque; vengo siempre que puedo.

La muchacha levantó la cabeza para contemplar el lugar, como si se le hubiera escapado algún detalle.

–Es precioso –volvió el rostro hacia él–. Somos irlandeses.

–El color de vuestro pelo, de tus ojos y ese acento parecen gritarlo a los cuatro vientos.

La hizo reír.

–Nos acabamos de mudar desde Dublín. Nuestros abuelos son parisinos y a mi padre le han ofrecido un trabajo en una compañía francesa.

–Pues, si te parece bien, me gustaría enseñarte un poco la ciudad. Al fin y al cabo, estamos en mi casa –le dijo Marco

–¡Será un placer! –se le encendió la mirada–. Voy a avisar a mi hermano. No me gustaría perderlo en nuestra primera semana en Paris. 

Marco, mientras la veía alejarse, se fijó en su larga trenza, el cuerpo esbelto de Eilis y su forma de caminar. Eran rasgos tan sutiles que parecía sacada de un cuento.

–Dice que le apetece conocerte –le señaló la muchacha al acercarse al banco con el pequeño.

 –Hola. Soy Liam –le saludó, sujetando la pelota debajo del brazo y ofreciéndole la mano.

–Encantado Liam. Soy Marco –le contestó, estrechándosela de forma amistosa.

–Bueno, ¿por dónde empezamos? –dijo Liam, ansioso por conocer la ciudad.

–La verdad es que yo tengo hambre. ¿Hay algún local cerca de aquí en donde podamos tomar algo? –le preguntó Eilis.

–Pues estás de suerte. A la vuelta de la esquina está uno de los más famosos cafés de la Ciudad de la Luz. Vamos –avanzó unos pasos–, tenéis que conocer muchos rincones mágicos.

Pasaron la mañana de acá para allá, deteniéndose en aquellos lugares dignos de ser contemplados. De pronto, a Eilis le sonó el teléfono.

–Mamá, hemos conocido a un chico muy amable que se ha ofrecido a enseñarnos la ciudad. Tenemos muchas cosas que contarte –le aseguró, obsequiándole a Marco una sonrisa.

***

No solía acudir al parque los domingos, pues prefería quedarse en casa y preparar lo que pudiera necesitar durante la semana. Pero al despertarse tuvo una corazonada: Eilis iba a acudir de nuevo al parque. Así que, sin pensárselo dos veces se vistió y salió a la calle en dirección al parque, más contento que ningún otro día. Se sentía extraño, pues nunca antes había experimentado aquella sensación de felicidad y nerviosismo.

Al llegar la vio, sentada en el mismo banco, dándole diminutos sorbos a un café del que salía una hilacha de humo.

–¡Buenos días, ladrona! –gritó Marco desde lejos, haciéndole saber que le había robado su lugar favorito en la arboleda.

–Pero, miren… ¡Si tenemos aquí al mejor guía de París! 

Marco supo que el parque, que había sido el refugio de un joven solitario durante tanto tiempo, se había convertido en el escenario de una emocionante historia de amor. Con el corazón lleno de esperanza, se atrevió a decirle algo que ocupaba sus pensamientos desde que se despidieron el día anterior:

–Intuí que volverías aquí.

–Y acertaste –Eilis le regaló una límpida sonrisa.