IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

En un lugar de la Mancha

Blanca de la Cruz, 16 años

                Colegio Montealto (Madrid)  

En un lugar de la Mancha cuyo nombre no aparece ni en el Google Earth, no hace mucho que vivía un ricachón de los de móvil de diseño, mansión, moto tuneada y buga con todos los extras. En su cocina una olla más sucia que usada, comida de encargo la mayoría de las noches, restaurantes de muchos tenedores los sábados, hamburgueserías en las fiestas de guardar y algún asado de añadidura los domingos, constituían su dieta.

Tenía en su casa una muchacha que más que limpiar ensuciaba, una sobrina que participaba en el programa Erasmus y un joven cubano que trabajaba de jardinero y mayordomo. Frisaba la edad de nuestro ricachón -unos cincuenta años-, era de complexión recia, seco de grasas, enjuto de rostro, gran madrugador y amigo del dinero. Quieren decir que le ponían el sobre nombre de Bond, James Bond o Jones, Indiana Jones. Pero esto importa poco a nuestro a nuestro cuento.

Es de saber que nuestro ricachón, los ratos que estaba ocioso -que eran los más del día- se daba a ver películas con tanto entusiasmo y gusto que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la bolsa y aun la administración de su herencia, y llego a tanto su dependencia al cine que vendió su gimnasio personal para comprarse un maravilloso home cinema. Por exceso, no le faltaba película en su colección y de todas, ninguna le parecía tan buena como las que componen “La Guerra de las Galaxias”, repletas de sentencias como “que la fuerza te acompañe” o “yo soy tu padre”.

Con estas razones perdía el pobre ricachón el juicio y desvelábase por entenderlas y desentrañarles el sentido. No estaba de acuerdo con el enfrentamiento entre Harry Potter y Voldemort. Él pensaba que Dumbledore el mejor mago del mundo. Si él fuera el director del internado para magos llamado Howarts, Harry no estaba allí, seguro.

Muchas veces discutió con el dueño del videoclub sobre cual era mejor actor: si Frodo como hobit o Peter Parquer como Spideman.

En resumen, se enfrascó de tal forma en sus películas que se le pasaban las noches en blanco y los días de turbio en turbio. Así, de poco dormir y mucho ver la tele, se le seco el cerebro de manera que vino a perder el juicio. Enfermó con la fantasía que veía en las películas (magia, piruetas, encantamientos, hombres lobo, araña y disparates imposibles) y se le asentó de tal modo en la imaginación que era verdad todas aquellas invenciones, que para él no había historia mas cierta en el mundo que la que narra la pantalla.

Acabado ya su juicio vino a dar en el más extraño pensamiento que jamás dio loco en el mundo, y fue que le pareció conveniente y necesario hacerse caballero de la galaxia tercera de la orden de los magos hobbits e irse por el universo sobre su escoba y con su anillo protector a ejercitar las misiones que le han sido encomendadas.

De lo que aconteció a nuestro ricachón no podréis leerlo hoy ni mañana ni pasado... Tendréis que esperar a su película.