XX Edición
Curso 2023 - 2024
En un pueblo de Granada
Inés Pérez de Benito, 14 años
Colegio Sansueña (Zaragoza)
Julia, una joven universitaria de veinte años, estaba inmersa en una vida frenética, especialmente durante los períodos de exámenes en su carrera de arquitectura. La llegada de las vacaciones de verano representaba un alivio para ella, pues las llenaba con los recuerdos felices de su infancia.
Su madre, le pidió un favor especial: acompañar en su soledad a Elena, una mujer mayor adinerada que vivía en Capileira, un pintoresco pueblo de la provincia de Granada, a la que les unía un lejano parentesco. A pesar de que Julia no conocía a Elena, aceptó con entusiasmo la tarea, pues no se le antojaba desagradable pasar las vacaciones en aquel lugar
–Me temo –le confió su madre–, que está muy enferma y sé que podrás brindarle apoyo y cariño.
La víspera de su partida, Julia se dedicó a preparar meticulosamente su maleta e investigó sobre Capileira, sumergiéndose en la historia y las tradiciones del lugar. Julia pensó que se trataba de una oportunidad para desconectar de su agitada rutina y disfrutar de la tranquilidad que ofrecía aquel lejano lugar.
La mañana del viaje Julia se levantó temprano, desayunó con calma, se aseó y se deslizó por las calles de Valencia sobre su fiel bicicleta plateada. Al llegar a la estación, su buen sentido de la orientación la llevó a subir directamente a su vagón. Una vez en su butaca, se sumergió en una novela que la tenía cautivada. A pesar de las seis horas de viaje, la trama de misterios, tan ajena a su propia experiencia, le ayudó a perder la perspectiva del paso del tiempo.
El anuncio de la llegada a estación la despertó de sus ensoñaciones. Agarró su maleta, bajó a la plataforma y se presentó al asistente de Elena, encargado de llevarla al hogar de la anciana. Era un hombre serio que vestía un impecable uniforme negro. Él la condujo en coche hasta Capileira. Al llegar, Julia se quedó embelesada ante la belleza del pueblo, de casas blancas, tejados planos y calles laberínticas. La casa de Elena, un palacete de dos pisos, tenía un patio trasero encantador. Los balcones adornados con flores, añadían un toque de frescura seductora.
Elena era una mujer de casi ochenta años, de cabello blanco y rostro surcado de arrugas. A pesar de su apariencia severa, la acogió con tanta amabilidad que generó una inmediata confianza en la muchacha, quien después de organizar sus pertenencias bajó a cenar con su anfitriona. Rendida por el largo viaje, Julia se disculpó y se retiró a descansar. Mientras se acurrucaba bajo las sábanas, reflexionó sobre las expectativas de la semana y, poco a poco, se dejó llevar por un sueño reparador.
A lo largo de la primera semana, Elena se convirtió en su guía por el pueblo. Juntas recorrieron estrechas calles empedradas, exploraron la arquitectura histórica y la popular y compartieron risas. Julia se sorprendió ante aquella conexión instantánea; parecía que se conocían desde siempre.
Se acostumbraron a pasar las tardes en el jardín, con té, delicadas pastas y conversaciones enriquecedoras. Elena, con su sabiduría acumulada, le brindó valiosas lecciones de vida y le reveló historias que le transportaron a épocas pasadas. Julia, llena de energía, parecía darle vida a la anciana.
Julia percibió que la salud de Elena comenzaba a debilitarse conforme avanzaba el verano. Recordó el aviso de su madre, pero decidió no pensar más en ello, pues no aceptaba la idea de una despedida para siempre.
Tuvieron que ingresarla en el hospital. Julia no se separaba de ella, de modo que llegó a hacerse amiga de los pacientes, los médicos y enfermeras. Julia jamás se podría haber imaginado que iba a encontrar en Elena a una persona que le llenaba el corazón. Casi no se dio ni cuenta de que el verano estaba llegando a su ocaso.
Elena, aún con las limitaciones de su estado de salud, le preparó una fiesta sorpresa a su joven invitada, para agradecerle sus atenciones. Sin embargo, la noche anterior al acontecimiento, Elena falleció. Cuando Julia se despertó, se dio cuenta al instante del silencio abrumador que reinaba en la habitación del hospital.
Al día siguiente, antes del entierro, sonó el timbre de la puerta. A la que se le notaba que había viajado durante toda la noche.
–Julia, hhay algo que debería haberte contado hace mucho tiempo –la miró a los ojos después de tomarle de las manos–: La mujer con la que has pasado el verano, era mi madre.
–Mi abuela.
–Así es. De pequeña te conté que ella había desaparecido de mi vida y que no la verías nunca, pero no era la verdad. Fui yo quien la expulsé de mi vida tras una pelea; nunca me lo perdonaré, pues mi ofuscación rompió nuestros lazos.
A Julia le corrían las lágrimas.
–Al inicio de este verano –prosiguió su madre–, me avisaron de su grave estado de salud. Por eso te propuse que vinieras a Capileira, porque tú no eres culpable de mi error. Ayer me llamaron del hospital y tomé un tren. Quería pedirle perdón, pero llegué tarde… Sin embargo, sé que tú has sanado la herida que le hice.
Se abrazaron, y ambas se sintieron reconfortadas. Entonces se acordó de que aquel día era su cumpleaños, que desde entonces quedaría marcado con el recuerdo de su abuela Elena.