VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Encontrar el tesoro

Carolina Rangel, 16 años

                   Escuela Zalima (Córdoba)  

-¿Crees que lo encontraremosr? -preguntó Robin.

-No lo sé -contestó Steve.

Habían pasado varios meses desde que empezaron la búsqueda de aquel lugar misterioso, descrito por una infinidad de leyendas transmitidas por generaciones hasta el día de hoy. No tuvieron otra opción que surcar los mares para encontrarlo. No era muy común ejercer de pirata en aquellos tiempos, pues casi ya no existían, pero fue necesario, ya que de otra manera hubiera sigo imposible navegar con tanta libertad por todos los mares.

-¿Por qué nos habremos lanzado a por esta quimera? -se repetía mil veces Robin.

-Desde que partimos de South Ronaldsay, no hemos encontrado nada. Hemos buscado por medio mundo aquellos islotes y, sinceramente, no sé aún qué estamos buscando.

-Robin, tranquilízate.

-Sí, Steve, es fácil decirlo, pero no hemos comido en varios días y esta tempestad no ayuda; aunque eres un buen navegante, nos quedan demasiadas millas para alcanzar el mar de Java.

-Sí, lo sé... Hemos mantenido esta conversación cientos de veces.

-Bueno, pues entonces será bueno que sepamos por qué seguimos adelante... Me obligaste a viajar contigo, a convertirme en pirata cuando soy un honesto oficial de la Marina. ¿Por qué, Steve?... Nos guía un simple rumor... ¡No samos si la leyenda es cierta!

-Entonces, Robin, ha llegado la hora de que te cuente una larga historia. Te pido que escuches sin interrumpirme.

-Adelante; empieza...

-Siempre has creído que nuestro padre nos abandonó por embarcarse en busca de la isla Turquesa, siguiendo la estela de un tesoro, el más grande de todos los tesoros... Por eso odias a los piratas. Pero debes saber que nuestro padre sí, buscaba la isla Turquesa, pero no el legendario tesoro, sino un tipo de lirio azul, una flor endémica de aquellas latitudes. Necesitaba encontrar un remedio para la enfermedad de nuestra madre. Y es que lo que la leyenda dice es que las semillas de esa flor son medicinales -dejó pasar un impás de silencio-. Mamá murió años después, pero nuestro padre nunca regresó. Por eso te he traído hasta aquí, pues tengo el presentimiento de que vive en aquella isla.

Steve espero, pero Robín no dijo nada.

Aquella conversación quedó en el olvido. Pasaron varios meses y después de noches tormentosas, días con mucho viento y mares intranquilos, arribaron a la isla Turquesa en donde desembarcaron. Encontraron una cabaña deteriorada por el paso del tiempo. En su interior había una mesa con libros esparcidos, entre ellos el cuaderno de bitácora de su padre.

Steve lo hojeó. Descubrió las semillas del lirio junto a una carta que decía:

"Queridos hijos, sé que encontraréis esta carta. Solo puedo deciros que luché con todas mis fuerzas por curar a vuestra madre, pero la misma enfermedad ha terminado con mis días y no puedo cumplir mi cometido. Os ruego que me perdonéis y sigáis con vuestra vida. Eso sí, os prevengo de que, posiblemente, cairéis enfermos. Por eso os dejo mi más sincero deseo de que sobreviváis. Estas semillas os darán la cura. Desafortunadamente las encontré demasiado tarde para aplicármelas a mí mismo.

Aunque no os lo dije nunca, habéis sido lo más importante en mi vida, al igual que vuestra madre.

Steve, siempre serás mi hijo favorito y te pido que cuides de mi pequeña Robin, que también lo es".

Steve dejó la carta sobre la mesa y dio un fuerte abrazo a su hermana, sin poder reprimir las lágrimas.