IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Enemigos del silencio

Mónica García Solbes, 16 años

                 Colegio Montealto (Madrid)  

Tumbada en la cama contemplaba ensimismada el techo de su habitación mientras los altavoces hacían temblar las paredes. No sabía cuanto tiempo llevaba así aunque tampoco le importaba. Intentaba no pensar, siempre lo hacía. Aunque nunca hubiese caído en la cuenta, inconscientemente siempre huía de lo que más miedo le daba: el silencio. Quedarse a solas con sus pensamientos, tener que pararse a reflexionar sobre su vida, darse cuenta de repente de todas las cosas que estaban mal y todas aquellas que se podían mejorar. Era una perspectiva aterradora.

Al fin decidió levantarse y con la música aún encendida se preparó para salir. Había quedado con sus amigas y no quería llegar tarde. Por supuesto, antes de salir cogió el móvil y el ipod. En el autobús se puso los cascos y su mente empezó a divagar; era tan sencillo evadirse…La música la transportaba a otra dimensión, un mundo donde todo era perfecto y no existían los problemas ni las responsabilidades; la vuelta a la realidad era un duro golpe que pronto se aplacaba, conectando a todo volumen el estéreo en cuanto llegaba a su habitación. Sin darse cuenta se aislaba del mundo.

Aquel día fue distinto. De vuelta a casa se quedó sin batería pero no se quitó los cascos, era extraño pero prefería que los demás pensaran que estaba escuchando música; en cierto modo se sentía más segura. Los pensamientos se agolparon en su cabeza abrumándola y desconcertándola. De repente, a pesar de estar rodeada de tanta gente, se sintió tremendamente sola. Cuando llegó a su casa no encendió el reproductor ni el ordenador, por una vez decidió hacer un examen de conciencia y no encerrarse en sí misma.

Unos golpes tímidos en la puerta llamaron su atención y al segundo una cara regordeta y sonrosada, coronada por unos rizos oscuros, le sonrió expectante. Su hermana pequeña necesitaba ayuda con las tareas y nadie en la casa parecía tener tiempo para ella. Normalmente la habría echado sin ningún tipo de miramiento y con la música al tope habría seguido a lo suyo. Aquella tarde, sin embargo, la dedicó a hacer los deberes con ella y se sintió bien, incluso después de cenar hizo una lista con las cosas en las que podría mejorar.

A la mañana siguiente el ipod estaba cargado, recogió apresuradamente las cosas y se puso los cascos para escuchar a sus grupos favoritos de camino al instituto. La lista de cosas mejorables quedó en el olvido y un nuevo propósito sustituyó a los demás: evitar a toda costa volver a quedarse sin batería.

Inevitablemente y sin ser consciente de ello, formaba parte de los jóvenes de hoy, enemigos del silencio.