XX Edición
Curso 2023 - 2024
Enfadada con Disney
Evita Barrio, 14 años
Colegio La Vall (Barcelona)
Durante la infancia, todas las niñas hemos soñado el encuentro con un príncipe azul que nos jurara amor verdadero. Yo la primera, pues iba coleccionando disfraces de Cenicienta, Rapunzel, Blancanieves… según las versiones que presentan las películas de Walt Disney. Mi hermano salía a escape ante mi insistencia en que interpretase un papel: el de mi pareja de baile al son de un vals que solo escuchaba en mi imaginación.
Ahora, de adolescente, todo eso me parece absurdo. Que una hada madrina se moleste en regalarme un vestido mágico y unos zapatitos de cristal, para resultarle guapísima al amor de mi vida… Que una bruja me entregue una manzana envenenada, que al morderla quede aparentemente muerta, para que mi futuro marido me bese, y a partir de entonces vivir juntos, felices para siempre… Vaya, ojalá.
Disney nos hizo creer que necesitamos un príncipe azul que nos ayude a superar nuestros problemas y nos ayude a conseguir esa vida que idealizamos. Sin embargo, me pregunto por qué las princesas no pueden solucionar las cosas de manera autónoma e independiente, y construir su propia vida.
Ya no vivimos en 1937, año del estreno de “Blancanieves y los siete enanitos”. Cada mujer puede tener éxito en su vida sin necesidad de la compañía de un príncipe azul. No digo que la propuesta esté mal; a mí me encantaría descubrir al hombre de mi vida, para casarme y formar una familia. Además, disfruto muchísimo cada vez que me siento a ver un “Clásico de Disney”. Por otro lado, debemos tener en cuenta que Walt Disney adapta los cuentos infantiles, cuyos argumentos originales no suelen tener finales así de felices.
Los jóvenes estamos demasiados preocupados buscando una vida “perfecta”, y no nos damos cuenta de que lo importante es cómo vivimos nuestro día a día, cómo actuamos ante situaciones complicadas e incluso cómo superamos nuestros miedos.
Quisiera que las adolescentes entendamos es que no siempre es necesaria la compañía de un chico, porque somos más que capaces de ocuparnos de nosotras mismas, con nuestras virtudes e imperfecciones, es decir, con la realidad que nos convierte en auténticas princesas.