XVI Edición
Curso 2019 - 2020
¡Espere, señora Gómez!
Diana Latorre, 16 años
Colegio Sierra Blanca (Málaga)
Entró en su apartamento y se sentó en un sillón, agotado. Se desanudó la corbata y la tiró sobre la mesa. Tosió; quizá le vendría bien una bebida. Al levantarse para ponerse una cerveza, escuchó un ruido metálico y un escalofrío recorrió su espalda.
–No se mueva –le ordenó una voz femenina–. Y levante las manos.
El hombre lo hizo, tratando parecer tranquilo.
–Señora Gómez, no me parece que esta sea la mejor manera de solucionar las cosas.
La mujer apretó los labios y cargó la pistola. ¿Por qué, a pesar de llevar una pistola, se sentía tan intimidada?
–Cállese o le vuelo la cabeza. Y arrodíllese en el suelo sin bajar las manos –le conminó. El hombre obedeció–. Ahora va a decirme todo lo que sabe sobre el caso de mi hermano.
Pareció sorprenderse, pero se recompuso y suspiró.
–Señora, le repito que esta no es la manera.
–¡Cállese! Usted no lo entiende… –le dijo la señora Gómez, apretando aún más la pistola con sus manos temblorosas–. Mi hermano no fue asaltado por un ladrón, fue asesinado brutalmente. Él sabía cosas... que le pondrían los pelos de punta. Yo se lo dije, le dije que no siguiera investigando, pero él insistió en que era necesario, que el mundo necesitaba saberlo. Y tan sólo unas semanas después lo mataron en su propia casa, con su propia Glock que el asesino había robado. Este crimen no es una coincidencia, detective. El ase-sino solo tomó el arma; no se llevó nada más.
–Lo sé.
–¿Lo sabe? ¿Entonces por qué no lo ha dicho en su departamento? Todos sus compañeros me insisten en que probablemente sorprendiera a un ladrón y este le disparase por miedo a que llamase la policía.
–Eso es porque... –dudó–. Es probable que el asesino pertenezca a mi departamento. ¿Acaso no le dijo su hermano que él estaba investigando a alguien de la policía?
La mujer no respondió.
–No podía arriesgarme a que el asesino se sintiera amenazado y matase a alguien más, como a mí o a usted, señora Gómez, así que lo mantuve en secreto, y lo he estado investi-gando por mi cuenta –hizo una pausa.–Ahora que sabe que estoy de su lado, baje la pisto-la.
La mujer obedeció.
–Lo siento detective –se disculpó–. No pretendía hacerle daño. Sólo quería... saber quién lo ha matado.
El detective intentó tranquilizarla ofreciéndole una taza de té. Ella aceptó. Mientras se la tomaba, le prometió que iba a investigar el caso y que le pondría al tanto de todo.
–Muchísimas gracias, detective –dijo la mujer.
–Es mi trabajo, señora Gómez. Váyase a casa y descanse.
La mujer asintió y se despidió haciendo un gesto con la mano. El detective suspiró y cerró la puerta de su apartamento.
Sin embargo, esta vez no se sentó en el sillón si no que sacó de un cajón una Glock, que todavía conservaba alguna gota de sangre. Y bajó las escaleras del edificio.
–¡Señora Gómez, espere!... Se ha olvidado su abrigo.
Cuando esta se giró, apretó el gatillo.