VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Estrella de mar

Nuria Jiménez, 16 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

Julia entró en casa como un huracán y, enfurecida, cerró la puerta de su habitación con un portazo.

-¡Julia! ¿Qué te pasa? -gritó su madre dirigiéndose al cuarto de su hija.

Intentó hacerse oír por encima de la atronadora música que Julia había encendido y que amenazaba con reventar los cristales de todo el edificio.

-¡Déjame en paz! - fue la única respuesta que obtuvo.

Decidió que lo más prudente era dejarle que se desahogara.

<<Mamá otra vez. ¡Qué pesada!. Estoy harta de que siempre ande detrás de mí. No comprende que es la enésima vez que llevo la maqueta a una discográfica y me la rechazan... Desde hoy mismo dejo de cantar y de tocar>>, se prometió a sí misma.

Su madre le había transmitido la pasión y su don por la música. Pero desde que murió su marido, abía dejado los instrumentos. Por eso le dolió tanto que su hija dejara la música de lado. De hecho, Julia estaba dotada de una espléndida voz de soprano. Lástima que no se lo tomara en serio. Odiaba estudiar, por más que su madre le obligar a hacer la carrera de canto. Por más que pasaban los años, no conseguía sacarse el título y las discusiones entre ambas se hacían cada vez más frecuentes.

-¡Estoy harta de que me digas lo que tengo que hacer, mamá! ¡Tengo dieciocho años, soy mayor de edad!

-Pues no creas que te voy a mantener hasta que cumplas cincuenta años... ¡Pobre de ti si no apruebas! - le advirtió.

-Si quieres, me marcho de casa mañana mismo.

-Si te atreves a irte, para mí ya no eres mi hija. Que lo sepas.

A la mañana siguiente encontró vacía la habitación de Julia. No podía creérselo. Temblando, cerró la puerta con llave y juró que no volvería a abrirla jamás.

Julia, por su parte, estaba dispuesta a vivir a su aire. Alquiló una habitación, amplió su grupo de amigos, iba de aquí para allá, aprovechaba la oportunidad de algún trabajo... Pero su vida se convirtió en fiesta y sólo fiesta.

Tiempo después consideró que se estaba echando a perder. En el fondo, se encontraba muy sola y no quería que su vida fuera un fracaso.

Es fue la razón que la empujó a volver a casa.

Cuando llegó al portal, llamó y llamó al timbre, pero nadie le contestó. Probó con el teléfono, pero una voz metálica le informó de que el número marcado no existía. Con el móvil de su madre pasó lo mismo. Desolada, se sentó en la acera y empezó a sollozar. Todo su cuerpo temblaba mientras volcaba las lágrimas que llevaba guardadas desde los últimos años.

Tomó una decisión: buscó a sus familiares. Por ellos supo que su madre estaba viviendo en casa de la tía Marta. Suspiró aliviada y apoyó la cabeza en la pared mientras le venía a la mente la canción favorita de su madre, “Estrella de mar”.

De repente, Julia tuvo una idea de locos... Tecleó rápidamente en su móvil.

-¡Julia! ¿Qué tal estás?

-Oye, Paco, me podrías prestar aquel piano...

Era el día del cumpleaños de la madre de Julia, que se encontraba feliz junto a sus seres queridos, a pesar de que hacía más de tres años que no sabía nada de su hija. Había intentado superar aquella ausencia, y en ocasiones dudaba si había sido demasiado dura con ella.

Tras entonar el “Feliz cumpleaños” y entregarle algunos regalos, la familia de la tía Marta comenzó a cantar la canción favorita de la cumpleañera. Se oyó una voz preciosa que transformó la melodía por completo. Era clara y constante. Empezó baja, pero poco a poco fue ganando profundidad. Todas las cabezas se volvieron hacia la ventana. Julia, cuya voz de soprano ganaba en cada nueva nota, empleó “Estrella de mar” como petición de perdón. La sonrisa de su madre rompió el rencor que existía entre ellas, que se fundieron en un abrazo.

Julia estaba radiante de alegría: ¡Iba a marcharse de gira! Una de las discográficas había comprado su trabajo, en el que había incluido la canción para su madre, que se había convertido en número uno de todas las listas.

Mientras se dirigían al aeropuerto cargadas de maletas, en algún lugar lejano sonó su canción. Se bajaron del taxi y se cruzaron las miradas cómplices.