VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Futuros criminales

María Torrubiano, 14 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

Gonzalo miró el tablón de anuncios. Jamás se le hubiera ocurrido la idea de crear un club de futuros criminales, pero alguien lo había hecho. Y no solo eso: también había colgado una lista de futuros miembros sin importarle que aquel tablón se encontraba en medio del colegio. Y le había añadido a él.

Apartó la vista y miró hacia el pasillo. No había nadie, por lo que podía actuar con tranquilidad. Arrancó el papel del tablón, hizo una bola con él y lo lanzó a la papelera que tenía a su lado.

Con aquella eran cinco. Cinco veces le habían insinuado que debía apuntarse al club y cinco negativas dio él en respuesta.

Una mano le tapó la boca, evitando que pudiese gritar. Gonzalo se resistió e intentó girarse para ver quién era, pero le había cogido con fuerza y apenas consiguió moverse.

-No te resistas más; únete a nosotros. Tu lugar está en el club -susurró a su oído la persona que le tenía sujeto.

-Nunca seré uno de los vuestros. Prefiero antes morir -consiguió decir Gonzalo entre los dedos que le amordazaban.

-Tarde o temprano nos pedirás de rodillas que te dejemos entrar. -Soltó una risita-. Sabemos ser muy persuasivos.

La mano se apartó, devolviendo la movilidad a Gonzalo que, al instante, giró sobre sus talones, preparado para dar un puñetazo a la persona que se encontraba a su espalda. Pero no había nadie.

La jornada en el colegio continuó, como de costumbre. Nada ocurrió, haciéndole pensar que había soñado aquel desagradable encuentro.

Volvió a casa y llamó a la puerta. Nadie acudió para abrirle. Apoyó la oreja sobre la madera y aguantó la respiración para escuchar mejor. Nada. Entonces se dio cuenta de que estaba abierta y que se podía abrir sin resistencia. Entró y se dirigió a la sala de estar. Pensó que sus padres se habrían dormidos en el sofá.

Ahogó un chillido en la garganta. Lo que tenía enfrente era horripilante. Los sillones estaban desgarrados, con las plumas de los cojines por todo el suelo, la televisión hecha añicos, la mesa partida por la mitad y todas las demás cosas tiradas por el parqué. Nada estaba entero ni en su sitio.

Un brazo se asomaba por debajo del sofá. Gonzalo sacó fuerzas de donde no las tenía y apartó el mueble con mucho esfuerzo. Era su madre. Le tomó el pulso. Estaba muerta.

Al lado del cadáver había una nota:

Te lo advertimos.