VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Gracias, Murphy

Cristina Orts, 16 años

                Colegio Senara (Madrid)  

Vivimos contrarreloj, en una carrera frenética que nos impide valorar muchas cosas importantes. Yo caí por enésima vez en cuenta, hace no muchos días.

Era sábado siete de mayo y amaneció lluvioso, como si el día hubiera esperado a deshacerse en agua después de una semana de sol abrasador. Cómo no, coincidía con el fin de semana de la primera comunión del más pequeño de mis hermanos.

El reloj del salón marcaba las once y media y mi padre daba toques de diana, apurándonos para llegar a tiempo a la iglesia. Por el pasillo bailaban medias, zapatos y faldas, al tiempo que mis hermanas y yo dábamos voces rozando la histeria. La mañana pasada por agua de improviso, echaba al traste los modelitos de verano que teníamos preparados.

Refunfuñé contra el tiempo, el día, la lluvia y las predicciones meteorológicas. ¡Quién me mandaría haber preparado unas sandalias! Abrí el armario pensando en lo desgraciada que era y desperdicié diez minutos frente a ocho pares de zapatos, sin decidirme por ninguno.

Una de mis hermanas insinuó si podía cogerme prestado un bolso y se lo negué con un bufido. Después, estuve a punto de pedirle perdón, pero me distrajeron las dichosas sandalias, que parecían burlarse de mí en el fondo del armario mientras la lluvia golpeteaba las ventanas.

Cuarenta y cinco minutos después, pasábamos en coche por las calles, llenas de una explosión de tiendas en donde, a buen seguro, descansaban los zapatos perfectos para un día como aquél. Acabábamos de atravesar la Castellana cuando divisé a un grupo de personas embutidas en sacos de dormir, mugrientos por tantas noches al raso. Estaban hacinadas bajo los techos de un portal. Como colchón, el suelo húmedo. Mis sandalias comenzaban a dejar de ocupar el primer lugar entre los problemas de la humanidad.

Avergonzada, bajé la vista y sonreí tímidamente a mis hermanos. Poco después me uní a sus risas, dispuesta a disfrutar de la jornada sin importarme ya más del tiempo. Por una vez, pensé en positivo acerca de la Ley de Murphy, porque decidí saltármela a la torera.