VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Gracias por todo

Belén Jiménez, 14 años

                  Colegio Sierra Blanca (Málaga)  

Bajo la ventana, Paula esperaba ansiosa la llegada de su mejor amigo, Diego. Hoy era un día muy especial, pues viajarían a la playa, a pesar de que sus padres no se lo aconsejaban por su salud. Sin embargo, ella insistió, porque solamente había tenido la oportunidad de verla en postales, en fotos y películas. Deseaba tocar el agua fría con la punta de los pies. Le gustaría bañarse hasta la cintura, escalar las rocas del puerto y correr por la orilla hasta el atardecer. Pero pensaba que vivir atada a una silla de ruedas le limitaba para siempre.

Paula abrazó a Diego. Lle confesó que tenía un poco de miedo: podía caerse y sufrir otro accidente. A pesar de las ganas que tenía de ir, dudó.

-No tengas miedo. – Diego le dedicó una sonrisa.

-¿Y si me pasa algo?

-Estás conmigo.

-Confío en ti –contestó muy segura.

Durante todo el viaje, Paula observó el paisaje veraniego a través de las ventanillas. Parecía muy contenta, aunque se le notaba una ligera preocupación. Solo se animó al bajarse del coche y sentir un puñado de arena en sus manos. Diego llevó la silla de ruedas hasta la orilla, donde la cogió en brazos y le mojó los pies.

-¡Está un poco fría! –gritó Paula.

-Ya te acostumbraras, pero ahora vamos a recorrer toda la orilla.

-Sabes que no puedo caminar –dijo extrañada.

-Por eso no te preocupes; te llevaré sobre mis hombros.

Con cuidado, Paula se incorporó echando todo su peso sobre la espalda de Diego, que al principio dio un ligero traspiés hasta que logró acostumbrarse. Empezó a andar por la orilla a paso ligero y, al cabo de unos minutos, se puso a correr. Mientras, Paula se mojaba con las salpicaduras que producían las piernas de Diego. Jamás se había reído tanto: deseaba que ese momento no acabara nunca.

-Ahora, ¡a las rocas! –insistió Paula.

-Vale, pero me tienes que prometer que, pase lo que pase, no te soltaras de mis hombros.

-Te lo prometo –contestó decidida.

En un instante, comenzaron a escalar. Diego tenía que hacer un gran esfuerzo, pero logró trepar primero tres rocas y, con mucho esfuerzo, superó dos más. Cuando llegaron al puerto, no tenía casi fuerzas.

-¿Quieres que comamos aquí? –le preguntó a la chica.

-Claro, siempre que tú quieras –dijo mirándole a los ojos.

-Pues espérame mientras voy a comprar unos bocadillos.

Paula asintió y lo siguió con la vista hasta que entró en un bar. Era consciente del esfuerzo que había hecho por ella y deseaba compensárselo, pero no sabía cómo. Las cosas que podía hacer eran escasas.

Pensando y pensando, llegó Diego y se sentó junto a ella. Disfrutaron de un precioso atardecer en el que el sol se dormía mientras terminaban de cenar. Paula le miró a Diego con gesto amable.

-¿Qué puedo hacer por ti? Quisiera agradecerte el día de hoy.

-Con que estés conmigo, me siento pagado.

Se dieron un abrazo.