XI Edición
Curso 2014 - 2015
Gracias sensei
Nuria de Fuentes, 15 años
Colegio La Vall (Barcelona)
El entrenador me miró fijamente:
-En diez segundos, subirás al tatami.
Respiré profundo.
-Tranquila –prosiguió-; lo harás muy bien. Siéntete ganadora.
Le había escuchado muchas veces que cada combate de karate debe vivirse como si fuera el último.
-Si hemos viajado hasta Japón –ahora fui yo quién le miró directamente a los ojos-, ten por seguro que no te decepcionaré.
Saludé al juez y a mi oponente y nos hicieron colocarnos en posición de “kamae”, preparadas para comenzar. La presión aumentaba y las gotas de sudor empezaron a deslizarse por mis mejillas.
-Ashime- gritó el árbitro.
Fue el inicio de un combate que iba a ser duro.
Una patada me lo recordó y el árbitro señaló punto a favor de mi contrincante.
Estuve dispersa; mis pensamientos volaron a cuando tuve quince años y conseguí el cinturón verde. El día de aquel examen me quedé en blanco, pero aprobé.
-Llegaré a cinturón negro –me prometí.
Y allí estaba. Me centré y remonté el combate.
Pasaron los minutos al compás con el que me iban desapareciendo las energías. El árbitro presintió el cansancio de ambas y decidió darnos unos minutos.
Me senté y suspiré.
-Mira las gradas- se me había acercado mi sensei-. Justo allí.
Miré hacia donde señalaba y sonreí.
-Están todos -dije.
Entonces fue él quien se rio.
-Voy a ganar esta final –concluí.
Verles me había dado las fuerzas que necesitaba.
-¡A por todas! -fue lo último que oí antes de que tuviera que regresar al tatami.
Prosiguió el combate y solo quedaba un punto. La que fuera más ágil, ganaba.
Me vinieron a la cabeza unas palabras que me dijo un amigo antes de embarcar en el aeropuerto.
-No olvides que en el karate, como en todo, algunas veces ganarás y otras perderás. Pero lo importante es que nunca te rindas. ¿Recuerdas esa frase que te dije en tu primer combate?
-Sí -contesté-.<<Nunca tires la toalla. Y si lo haces, que sea porque ya te has secado la frente para seguir luchando>>.
-Pues ya sabes…
Los gritos del público hicieron que volviera en mí.
-¡Kiai!- el grito salió junto a mi puño.
El árbitro señaló punto a mi favor y el final del combate. Nos saludamos y bajamos del tatami.
Abracé a mi entrenador.
-¿Te das cuenta de que merecía la pena?
Asentí. No podía hablar.
Subí al podio y sonó el himno nacional. Con los compases de la música recordé los momentos malos había pasado, las broncas, los intentos de superación, los últimos meses, de largas horas de sacrificio y entrenamiento. Todo cobraba sentido.
Al coger el trofeo, pensé:
<<Gracias, sensei, por la confianza que siempre me has dado, por apostar por mí, por no dejar que me rinda. Este premio es tuyo>>.