VIII Edición

Curso 2011 - 2012

Alejandro Quintana

Gracias, Supermán

María Cristina Cabrera, 16 años

                  Colegio Puertapalma (Badajoz)  

Era la segunda vez que el semáforo se ponía en rojo y Sara todavía no había podido cruzar la calle.

Por unas obras en la autopista que cruzaba la ciudad, el tráfico se había apelmazado y los agentes de la Guardia Civil se veían obligados a desviarlo.

Sentada al volante y con el pie rozando el acelerador, Sara echó un vistazo por el retrovisor a su hijo Alfonso, que miraba con el ceño fruncido a través de la ventanilla trasera del coche. Tenía entrenamiento de atletismo y, por culpa del atasco, iban con el tiempo justo. El rostro del niño iba mostrando cada vez más desilusión.

El semáforo al fin se puso en verde y la larga fila de coches empezó a avanzar.

—No te preocupes, Alfonso, que llegamos con tiempo —trató de tranquilizarle en tono jovial.

—Ya, claro —refunfuñó—. Si Supermán estuviera aquí, me llevaría volando para que llegase el primero.

Sara sonrió, divertida.

—¿Ah, sí?... ¿Me cuentas qué más cosas haría tu querido Supermán?

—¿Ves a esa señora que lleva tantas bolsas? Pues si Supermán llegara ahora mismo...

El resto del trayecto fue más animado gracias a la imaginativa conversación entre madre e hijo.

Tras dejar al niño en el centro deportivo, Sara consultó su agenda atestada de tiques de la compra, tarjetas, recordatorios e invitaciones de cumpleaños, y puso rumbo a la tintorería. <<Espero que el traje de Miguel esté ya listo. Su cena de empresa es esta noche...>>

Mientras esperaba con paciencia a que la Guardia Civil alternara sus señales de “Adelante” y “Stop”, cayó en la cuenta de que en cuanto su marido regresara del trabajo, rápidamente se tendría que marchar a la cena. Ese día apenas se habían visto.

Veinte minutos después, Sara encontró aparcamiento muy cerca de la tintorería. Entró en el establecimiento, pero sólo para confirmar sus temores: por un problema con los encargos, el traje no estaría listo hasta pasadas unas horas. Preocupada, salió a la calle, echó otro rápido vistazo a su agenda y se encaminó hacia un supermercado del centro. La tarde anterior, Miguel se había ofrecido gentilmente a hacer la compra, pero con su despiste habitual se había dejado la lista en casa y había tenido que utilizar su memoria; como consecuencia, un tercio de lo encargado se quedó sin comprar.

De nuevo en la calle, Sara se ajustó el bolso y continuó el itinerario previsto: entró en la papelería a por una cartulina lo suficientemente grande para elaborar un mural, encargo de su hijo Alfonso; continuó en una boutique y cambió el jersey de Lola, que estaba creciendo sorprendentemente deprisa, por uno de talla mayor. <<Ya casi me ha alcanzado>>, se admiró. Su siguiente parada fue la farmacia, pues las tiritas eran de primera necesidad en su casa. Además, se habían quedado sin jarabe y Quique tenía una tos muy fea. Realizó una compra no prevista al pasar por delante de un quiosco: unos caramelos para paliar el mal gusto del medicamento. Por último, estuvo curioseando entre la ropa premamá, con el propósito de comprarle algo a su hermana, que iba a tener su primer hijo.

Cuando estaba pagando el regalo —una blusa amplia— sonó el móvil: la tintorería ya tenía el traje listo, pero cerraban en un cuarto de hora. Sara, haciendo malabarismos con todas las bolsas, logró llegar y se llevó triunfante la prenda para su marido.

Volvió a mirar el reloj: Miguel llegaría del trabajo de un momento a otro. Condujo hacia casa y se lo colocó encima de la cama. A continuación volvió a coger el coche, pues Alfonso estaba a punto de terminar el entrenamiento y Lola le esperaba con sus amigas en la puerta del cine.

Tres cuartos de hora después, Sara metió unos yogures en el frigorífico. No había podido despedirse de su marido, ya que cuando regresó de llevar a las amigas de Lola a sus respectivas casas, Miguel ya se había marchado. Apenada, mientras los niños se ponían el pijama fue a dejar el bolso en su habitación. Al encender la luz, descubrió en su mesilla una pequeña caja envuelta en papel brillante. Junto a ella, una nota con la inconfundible caligrafía de su marido: <<Feliz cumpleaños, Supermamá. Gracias por salvar cada día nuestro pequeño mundo. Te quiero. Miguel>>.