IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Guitarra

Cristina Doval, 16 años

                 Colegio Montespiño (La Coruña)  

Estoy aquí, como muchas otras veces, sentada en el sofá del piso superior. La casa está en completo silencio, un silencio que muchos calificarían de incómodo. Llevo puestos unos pantalones de chándal y una camiseta holgada. No sé si estoy bien peinada; ni siquiera me he mirado en el espejo.

Estoy aquí sentada con ella entre mis brazos. No toco ninguna canción, ni siquiera estoy mirando esa partitura que ya me sé de memoria. Simplemente pienso en lo que siento. Acaricio sus cuerdas, levemente desafinadas, y punteo la primera cuerda. Sonrío: es una nota aguda, alegre.

Mucha gente no lo entiende. Se preguntan por qué toco la guitarra a pesar de las pocas canciones que sé y lo mal que, muchas veces, lo hago. Es muy sencillo, casi obvio. ¿Nunca has estado en una situación, en un lugar donde, verdaderamente, te encuentres tranquilo, donde todas las preocupaciones no importan, donde se hallas a ti mismo?

Es con ella cuando me siento fuerte y libre, con mi guitarra, tocando una tras otra las mismas notas: entrelazándolas de un sinfín de maneras, de forma que de ese silencio broten diversas melodías. Es con ella donde siento y sé quién soy. Mis dedos manejan las cuerdas con la certeza absoluta de que por una vez todo depende de mí. Es con ella donde la calma absoluta me cubre y donde, por un instante, desaparecen los agobios, las prisas, las inquietudes, los miedos... Sólo entonces el silencio incómodo pasa a ser luz y paz. Puedo pensar con tranquilidad y sincerarme interiormente.

Por eso toco la guitarra. No por ser una actividad más, si no porque es así como consigo desahogarme de las pequeñas penas de cada día. Porque, amigo mío, la música no se compone de notas encajadas con una perfecta armonía. La música es sentimiento, de tal forma que si no hay sentimiento tampoco hay música.

Estoy aquí, sentada en el sofá, sin arreglar, con ella entre mis brazos. Y es aquí donde me siento yo misma, donde puedo respirar tranquila, donde cada tarde tomo carrerilla para empezar el día que sucederá a la noche que en este mismo instante cae.