XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

Hambre de curiosidad

Natalia Martínez de las Rivas, 15 años  

                  Colegio Ayalde (Bilbao)  

Estás en la calle, tranquilamente, y de pronto te topas con una persona que no conoces, pero ella a ti sí, y sabe dónde vives, y quienes son tus amigos, y cuál es tu destino de vacaciones, incluso el nombre de tu perro. ¿Se trata de un espía…? No: tú mismo le has dejado abierta la puerta a tu intimidad a través de las redes sociales.

Casi todos los jóvenes estamos registrados en alguna red social, en la que dejamos desde un repertorio de frases profundas junto a fotos sin ninguna relación entre sí, que recogen todas nuestras actividades, hasta respuestas a preguntas de completos desconocidos.

Por otro lado, las redes han despertado en nosotros una curiosidad insaciable por conocer hasta el más mínimo detalle de la vida de los demás, sin que le demos importancia a que la persona en cuestión forme parte de nuestro entorno o no. Llega un momento en que cualquier tipo de información resulta deseable.

Es cierto que si el usuario es responsable, no tiene por qué existir ningún problema con el uso de las redes. Basta con publicar solo aquello que resulta razonable (tanto en textos, como en fotos y vídeos), para compartirlo exclusivamente con personas a las que nos une la confianza y el aprecio, cuidando de no poner en riesgo nuestra imagen y reputación. Pero, admitámoslo, entonces tendríamos pocos seguidores y apenas recibiríamos un puñado de «me gusta» en nuestras publicaciones.

La obsesión del ser humano por conseguir reconocimiento se ha convertido en una enfermedad que nos empuja a hacer lo que sea con tal de llamar la atención, y todo para tener la satisfacción de que a alguien a quien no le importamos manifieste que le gusta una de nuestras fotografías, vídeos o lo que sea que hayamos publicado. Pero en ocasiones no valoramos lo rápido y lejos que pueden llegar las cosas por internet.

Alguien dijo que «solo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana, y no estoy tan seguro de la primera». Los hombres podemos ser tan inteligentes como para crear un acelerador de partículas, tan creativos como para componer sinfonías y tan estúpidos como para (a pesar de tantas advertencias) dejarnos llevar por el deseo de aprecio. Si el refrán asegura que el mundo es de los valientes, conviene recordar que para ser valiente no hace falta buscar el peligro.

Cuando pertenecemos a una red social parece que andamos sobre cemento que se endurece a nuestro paso, dejando huellas imborrables. Nada desaparece una vez se publica y difunde. Seguirán expandiéndose, se inventarán nuevas redes, pero su efecto dependerá del nivel de prudencia de cada usuario.