IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

He aquí mi corazón

Beatriz Fdez Moya, 15 años

                 Colegio Entreolivos (Sevilla)  

Cuando llegó a su habitación, un impreso la esperaba sobre su escritorio. Tras echarle un vistazo, compuso un gesto de desaprobación y después fue todo uno que lo cogiera, lo arrugara y lo arrojara a la papelera. Estaba segura de que había sido su padre… Al día siguiente la escena volvió a repetirse. Se dio cuenta de que era el mismo papel, debidamente alisado. Enfadada, se dirigió al salón. Allí estaba él, aguardando la tormenta.

-Te he dicho mil veces que no pienso volver a escribir, así que no hace falta que pierdas el tiempo buscándome bases de concursos a los que no voy a presentarme.

Le tiró la bola de papel y se encerró en su cuarto. Antonio suspiró. Sabía que, en el fondo, Inés estaba deseando presentarse a un premio de cuentos. Le encantaba escribir… O le había encantado. Desde la muerte de su hermano pequeño no había vuelto a coger un bolígrafo y una hoja en blanco para rellenarla de historias. Pensaba que su hija se había marchado con su hermano a un lugar lejano del que no podía sacarla.

Arriba, en su cuarto, Inés sollozaba tendida en la cama. Se sentía fatal. Necesitaba encontrarse de nuevo con sí misma y sabía cuál era la única manera de conseguirlo. Colocó en su equipo de música un CD y se sentó en el escritorio. Dejándose llevar por la música comenzó a escribir. Abrió su corazón a la hoja de papel y utilizó el bolígrafo como intermediario. Reflejó todo: cómo se sentía, lo que había supuesto la pérdida de Jaime para todos, la fortaleza con la que sus padres habían afrontado la enfermedad… Cuando terminó se sintió mucho mejor. El CD aún seguía sonando. La música era preciosa. Mientras una soprano coreaba notas muy altas, leyó la carátula del disco. “He aquí mi corazón”, era su título. Sonrió y lo utilizó para llamar a lo que acababa de escribir.

Antes de irse a la cama, Antonio fue a ver a Inés. La encontró dormida. La arropó y depositó un suave beso de buenas noches en su mejilla. Entonces reparó en los papeles que estaban esparcidos sobre el escritorio. Comenzó a leerlos, emocionado. “Tenemos a nuestra Inés de nuevo en casa”, pensó. Y tras colocar las más que arrugadas bases del concurso de cuentos sobre los escritos, se marchó sigilosamente para no despertarla.