VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Helena

Isabel Trius

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Helena se sentía incómoda al tener a un personaje tan singular como ése a su lado. El hombre vestía unos viejos tejanos, una chaqueta harapienta color beige y una corbata roja. Sus enormes zapatos parecían haber sido utilizados anteriormente para limpiar el interior de una chimenea, y su sombrero lucía un color marrón que no parecía originario.

A medida que pasaba el tiempo crecía su inquietud. En una hora expondría su proyecto final de carrera. Todo su futuro dependía de cómo lo hiciera y de ese pen cuidadosamente guardado en su bolso.

Empezó a repasar mentalmente la presentación que había estado elaborando a lo largo de las últimas semanas. Se la sabía de memoria; la conocía de arriba abajo, con puntos y comas. Se encontraba tan absorta en su importante proyecto que no prestó atención a lo que sucedía en el vagón.

Avanzaban las agujas del reloj y, a la par, los pasajeros entraban y salían del tren en las distintas estaciones. El hombre extraño continuaba a su lado, aunque Helena ya no pensaba en él. Pero a la llegada del ferrocarril a una nueva estación, el sujeto, con un movimiento brusco, le arrancó el bolso de las manos. Echó a correr, abriéndose paso a codazos para salir del tren.

Helena no acababa de creérselo, hasta que asimiló la situación: ¡el hombre acababa de robarle el bolso con el pen-drive!

-¡Mi bolso! ¡Mi bolso! ¡Deténganle! -repetía.

Aunque estaba muy alterada, tuvo tiempo para abandonar el vagón antes de que se le cerraran las puertas. Entonces se llevó una gran sorpresa: nadie más se había bajado; nadie podría ayudarla.

A unos metros, el ladrón huía con el bolso apretado al pecho. Helena comenzó a correr a lo largo del andén. Descubrió que había una valla al final de la plataforma. El hombre no tenía no tenía otra salida: ¡lo había acorralado!

De repente sintió miedo al comprender que una indefensa muchacha trataba de apabullar a un ladrón de gran envergadura. No quería que le hiciera daño, solo recuperar aquello que le pertenecía. No obstante, cuando ambos llegaron a la valla, el hombre, en una muestra de habilidad, efectuó un ágil salto que le sirvió para encontrar su definitiva vía de escape.

Aunque pareciera extraño, Helna sintió alivio al ver que no tendría que encararse con él. Pero el alivio no fue suficiente para ahogar su sorpresa, rabia, incredulidad y miedo. Jadeante, se sentó en uno de los bancos de la estación dónde lloró al ver, en la lejanía, al ladrón marcharse con su futuro, tan cuidadosamente preparado.