XVIII Edición
Curso 2021 - 2022
Héroes sin capa
Juan Álvaro Figueroa, 17 años
Colegio Campogrande (Hermosillo, México)
No es nada fácil asomarse a un mundo desconocido y lejano. Mucho menos lo fue lidiar con la presión y compromiso al que le obligaba tan grande encomienda. Así lo sintió Víctor Garibay, un reconocido astrónomo, al cerrar la escotilla de su nave. Era el hombre elegido para dar continuidad a la especie humana junto a su esposa, la científica Fernanda Escalante, en Marte, el planeta que tantos hombres acaudalados habían anhelado conquistar desde hacía décadas.
Víctor y Fernanda eran mexicanos, pues fue su país el único que prestó atención a la gravedad de la advertencia que, diez años atrás, un comité universal de astrofísicos dio a conocer en una controvertida rueda de prensa. Según ellos, un asteroide de magníficas proporciones navegaba por el espacio en dirección a la Tierra. Sus cálculos, repasados y reelaborados una y otra vez, eran inequívocos: por la trayectoria que marcaban sus investigaciones, el impacto con el planeta sería inevitable. Además, la fuerza de su masa y el calor que adquiriría al entrar en la atmósfera, auguraba un final terrible para la vida.
A lo largo de aquellos diez años, las autoridades de México destinaron cantidades ingentes de dinero al que consideraron el último y más importante proyecto de la Historia: la salvación de la raza humana.
El temor de los ciudadanos ante aquel final catastrófico había generado una inquietud contagiosa. Ni los gobiernos nacionales ni las Naciones Unidas ofrecían noticias actualizadas sobre el asteroide y su aproximación. Mientras tanto, el día previsto para el lanzamiento de la aeronave se había ido acercando.
Una semana antes de la fecha fijada para el despegue, Víctor Garibay convocó a los medios de comunicación con el fin de darles a conocer cuáles eran sus planes para que en Marte pudiera asentarse y multiplicarse la humanidad. Y esa misma noche, aprovechando que, junto a su esposa, tenía acceso a las instalaciones donde se llevaban a cabo las investigaciones para el proyecto, ambos se infiltraron a la IAC durante la madrugada del día de su partida.
Como estaba previsto, un par de horas después del mediodía la pareja acudió a la zona de despegue, que estaba conectada con una hilera prolongada de vallas de seguridad que conducían a una única entrada.
Su recorrido a pie por aquel camino fue como lo habían imaginado: el público presente parecía estar dividido en dos bandos: los de la derecha sostenían carteles de apoyo, pues confiaban ciegamente en el proyecto y creían en que triunfaría en cada uno de sus objetivos; los de la izquierda abuchearon, protestaron y maldijeron al matrimonio, al que envidiaban por haber sido los afortunados que podrían sobrevivir ante la inminente extinción masiva.
Una vez terminaron el trayecto hasta la nave, Víctor tomó a su esposa de la mano y ambos se voltearon hacia la multitud. Movieron de un lado a otro las manos que les habían quedado libres, en un gesto de despedida. Después se adentraron en la cápsula a través de una escotilla.
Cuando el conteo regresivo estaba a punto de terminar, Fernanda le preguntó a su marido:
—¿Habremos hecho bien?
Se refería a la noche anterior, cuando en secreto cambiaron las coordenadas de lanzamiento de la nave en la IAC.
—No te preocupes, mi amor —trató Víctor de calmarla—. Fue una decisión complicada, pero correcta.
El tiempo de espera se agotó. Rugieron los motores y el cohete alcanzó una altura considerable en poco tiempo. Entonces los encargados de supervisar el viaje se alarmaron, pues la nave, unos segundos antes de salir de la atmósfera, cambió repentinamente su trayectoria: se dirigió al asteroide sin que hubiera tiempo para realizar un cambio de ruta. El plan de aquel matrimonio para salvar a la humanidad resultó como lo habían preparado.
—Nos veremos en la otra vida —se dijeron antes de cerrar los ojos ante la cercanía del impacto.
Desde la Tierra la humanidad había clavado la mirada en las alturas. Se escuchó la explosión y, de seguido, diminutos fragmentos del asteroide cayeron desde el cielo. Los bandos que antes del despegue aplaudieron y abuchearon a Víctor y a Fernanda, se unieron para dedicar unos momentos de silencio y gratitud hacia quienes habían sacrificado su vida en beneficio de los demás.
Víctor y Fernando se habían convertido en héroes sin capa.