IV Edición
Curso 2007 - 2008
Historia de un soldado
Samuel Jiménez, 17 años
Colegio Altocastillo (Jaén)
Corría como nunca antes lo había hecho, siguiendo al pelotón de soldados al que pertenecía mientras los alemanes les pisaban los talones. Los llamaban “la Cuadrilla especial de Montgomery”, y no era en vano, pues sus movimientos hacían honor al nombre. Precisamente en esos instantes acababan de culminar una de las misiones más arriesgadas: el espionaje a una patrulla alemana situada al este de su campamento. Habían conseguido llegar hasta pocos metros de ellos cuando los descubrieron. Una lluvia de balas de ametralladora apenas les dio tiempo para huir. Se escurrieron entre la vegetación del oasis situado al lado del campamento nazi. La mitad de ellos habían muerto sobre la arena del desierto.
Ahora corría por las llanuras de la depresión de Qattara, esquivando rocas y otros accidentes naturales. Consiguió llegar finalmente al campamento aliado cuando todo parecía perdido.
Bruce soñaba todas las noches con aquel suceso. Aunque quería, no podía olvidarlo y se había convertido en una auténtica tortura para él. Habían pasado casi sesenta y cinco años desde aquella fatídica noche. Bruce había llegado a los ochenta y ocho años, y daba gracias a Dios por ello, ya que sus compañeros no habían tenido la misma suerte.
No se dieron cuenta de la aparición repentina del carro de combate alemán, diseñado por el propio Scherbius, ingenieros bajo el mando de Hitler. El campamento quedó totalmente arrasado, pero él consiguió huir de nuevo con un puñado de soldados. En unos días alcanzaron la costa, en donde se hicieron con una barca de remos lo bastante grande para todos ellos. Durante el viaje les recogió un barco de guerra de los Estados Unidos de Norteamérica. Entonces sintieron la seguridad de que volverían a Inglaterra.
De no ser por sus compañeros, posiblemente él hubiera muerto de subir al paquebote americano. Bruce recordó a todos, cómo se conocieron en aquel cuartel de formación militar a unos cien kilómetros al norte de Londres, la ciudad de su infancia. Había vivido junto a sus padres en un barrio pobre. Eran pobres y el ejército se presentaba como una buena oportunidad. Allí conoció a Arnold Wright, que se convirtió en un hermano para Bruce. Compartieron la rutina militar. Arnold procedía de un suburbio. Su padre trabajaba en una fábrica y su madre limpiaba de casa en casa.
Juntos contemplaron la corrupción de Europa que provocó la Guerra. Tras unos años de servicio y formación, conocieron al general Montgomery, que les reclutó para asignarlos a su “cuadrilla especial”. Montgomery los llevó a África para luchar contra Rommel, el zorro del desierto.
Todos los recuerdos se agolpaban en sus sueños. Se repetían noche tras noche las imágenes del desembarco en las costas africanas. Bromeaban unos con los otros. Al principio tuvo la sensación de que aquello era como una excursión por un campo desértico y árido, hasta que llegó un militar bajo el mando de Montgomery. Decía tener órdenes importantes para ellos, lo que verificó con una carta firmada por el general, que les ordenaba espiar un campamento enemigo para verificar la capacidad de su armamento. El resultado fue fatídico.
Al regresar a Inglaterra, consiguieron ponerse en contacto con Montgomery, que les daba por muertos. Al principio les reprendió por no haber cumplido bien la tarea, pero al ver lo mucho que habían padecido, solicitó una condecoración miliar que les permitiría iniciar una nueva vida. A partir de entonces Bruce ejerció diferentes oficios, al igual que su amigo Arnold. Reunieron dinero suficiente para levantar una estatua que conmemoraba a sus compañeros fallecidos en aquel combate.
Esa noche Bruce concilió muy pronto el sueño. Volvía a correr, pero esta vez era diferente: apenas sentía la pesadez de su cuerpo. Tampoco podía oír el tableteo de las ametralladoras a su espalda ni sentir los jadeos de sus compañeros a su lado. Corría sólo por el vasto desierto, en el silencio de la noche en dirección al campamento. Pero en su lugar había una luz muy brillante que le hizo sentirse bien. De la luz comenzaron a emerger varias personas. Al momento las reconoció. Poco a poco volvieron hacia el foco, al tiempo que Bruce les suplicaba para que se quedaran junto a él. Uno de ellos se giró, rápido como una centella, y le dijo que se fuera con ellos. Bruce volvió a notar esa sensación extraña de pesar y alegría. Miró hacía atrás y en el desierto se le aparecieron imágenes de las diferentes partes de su vida, desde su niñez hasta ese mismo día. Junto con Arnold se adentró en la luz hacia una nueva y mejor vida.