IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Historias de mi
hermano Nicolás

María de las Peñas, 16 años

                   Colegio Alcazarén (Valladolid)  

Aunque Nicolás sólo tiene cinco años, sus aportaciones hacen de la tertulia familiar un momento entrañable, cargado de sano buen humor. Sus razonamientos, hechos desde la sencillez y la espontaneidad natural de su edad, en innumerables ocasiones me invitan a reflexionar.

Un día mi madre me pidió que me ocupase de él. Tuve que ducharle y ponerle el pijama. Cuando terminé de lavarlo, lo envolví en una toalla y lo saqué de la bañera. Después llegó el momento de peinarle. Siempre se le forman nudos, así que cuando deslicé por primera vez el peine por su cabeza, gritó molesto:

-¡Ay! Me has hecho mucho daño.

-Mira que eres quejica... Prometo que te peinaré con cuidado.

Me miró con el ceño fruncido y, tras pensarlo unos segundos, declaró:

-Quisiera ser calvo.

Como podrán imaginarse, me entró la risa.

Otro día fuimos toda la familia a comer a la casa de mi tía abuela. Eran las cinco de la tarde y yo dormitaba entre las soporíferas conversaciones de los mayores. Decidí indagar en el otro salón, en donde se entretenían mis hermanos pequeños con una novedosa consola de juegos electrónicos. Habían escogido un concurso de carreras de coches y casa dos minutos se pasaban el control de los mandos.

Puesto que no había más distracciones y yo no encontré otra alternativa mejor, me añadí a la cuadrilla que no cesaba de mirar aquella gran pantalla y esperé a que llegase mi turno.

Nicolás no sabía dirigir el auto. María Pilar le quiso enseñar como debía hacerlo, pero él había decidido no escucharla, convencido de que sabía “todo”, por más que solo pulsara una tecla: la que sirve para arrancar y acelerar. He de decir que aguantó con el mando mucho más tiempo del que había imaginado. Aunque terminó cansándose de que su coche se estrellase y explotase cada vez que lo ponía en marcha.

-Pero, ¿qué pasa? –se quejó.

-¿Cómo que qué pasa? -Carmen estaba impaciente-. “Pasa” que no utilizas las teclas de girar y así siempre te vas a chocar.

Entendió al fin que, aunque le pudiese costar aprender, si no se esmeraba en mejorar el uso de aquel volante nunca vería la meta del circuito. Así que accedió resignado a que María Pilar le explicara los secretos del juego.

En otra ocasión, Elena y yo llegamos del colegio con muchas ganas de sentarnos a comer. Cuando íbamos a empezar, Mamá nos contó una pesadilla que había tenido Nicolás aquella noche. Se trataba de una reinterpretación del cuento de los Tres Cerditos y él se había convertido en uno de los protagonistas. Mis padres no entendían porqué lloraba hasta que Nicolás les describió su sueño.

-Yo era el cerdito sabio, pero me equivocaba y construía mi casita de paja- confesó entre suspiros.

-Pero no pasa nada –le consoló papá-. ¡Solo ha sido un sueño!

Nicolás le recriminó con la mirada y le dijo:

-El lobo me cogía y me comía el rabito!

Nos reímos con ganas una vez más.