IV Edición

Curso 2007 - 2008

Alejandro Quintana

Hoy te escribo, desde la
galería

Lucia Campos, 15 años

                 Colegio Montespiño (La Coruña)  

Levanto la cabeza y miro alrededor; todo está tranquilo. Desde el cuarto de al lado llegan susurros seguidos de risas y alegres gritos de los mas pequeños. De pronto, se hace el silencio y puedo escuchar el balanceo de la mecedora en la terraza. Es mi abuela, que necesita descansar. Es lo ella dice. ¿Que porque lo sé? Es un secreto que descubrí imitándole. Me senté una tarde en la mecedora y cerré los ojos. Del último rayo de sol aun llegaba un poco de calor. Los pájaros cantaban sobre la verja. Escuché y descubrí el taconeo de mis primas, que bailaban y cantaban sevillanas. Por primera vez, quise detener el tiempo. Sentí que todas esas pequeñeces merecían la pena, que todas esas pequeñeces dan fuerza a mi abuela para luchar frente al cansancio y la rutina.

Me levanto para regar las plantas de la galería. Si pudiera escoger un sitio donde quedarme para siempre, sería este: una pequeña habitación con algunos sofás tapizados en cuero, los amplios ventanales que dejan ver el puerto y las plantas que tapizan el suelo y cubren las paredes.

Cuando nos reunimos, mi primo coge la guitarra y los demás proponemos canciones. Todos cantan pero yo guardo silencio y les miro uno a uno. Algunos se animan a bailar sin saberse el ritmo ni los pasos, con lo que nos hacen reír. Mis abuelos ofrecen una vez su gastada sonrisa.

Las plantas nos escuchan a toda la familia. Piensan: ¡qué tipos tan locos! Pero me da igual que estén locos o cuerdos, sean guapos o feos, sepan o no bailar. Me siento muy bien con ellos, con ellos me siento siempre en casa.