XIII Edición

Curso 2016 - 2017

Alejandro Quintana

Idiota

Lucía Moreno, 15 años

                  Colegio La Vall (Barcelona)  

Y oí que me llamaba gorda… ¿Y sabes qué hice? Le grité que me lo dijese a la cara. Y él, un muchacho alto, fuerte, moreno y, según la gente, «popular», se calló acobardado. En el pasillo se hizo un silencio sepulcral. No se atrevía a decírmelo: tenía miedo. Miedo a qué, me pregunté, pues las palabras «qué gorda es» ya habían salido de su boca. ¿Por qué no era lo suficientemente valiente para repetirlo sin el amparo de sus amigos, mirándome a la cara?

No me preocupaba que me hubiese criticado, ya que su opinión no me merece ninguna atención, pero sé que hay mucha gente débil que necesita la aceptación de los demás. Personas a las que les afecta que un desconocido hable de un pretendido defecto en tono de burla.

No me enfadé porque me hubiese llamado gorda. De hecho, estoy gorda. Estaba enfadada porque había utilizado un adjetivo como insulto. Fue como si me hubiese insultado por tener los ojos marrones o por tener el pelo castaño. A ese tipo de individuos que usan adjetivos físicos como si fueran causa de desprecio, yo los llamo idiotas. Y ser idiota no es una característica física, es un defecto mental. Mi sobrepeso tiene solución, su estupidez no.

Y así pasaron los segundos: él esquivando mi mirada, yo esperando su respuesta, rodeados por el público que se junta cuando sucede algo «anormal». Entonces sonó la campana que anunciaba el inicio de la siguiente clase. En aquel instante entendí que podía aplicarle la frase de boxeo: «salvado por la campana». Como todo comenzó, se acabó.

Ojalá llegue el día en que los hombres entendamos por qué de un regalo se saca primero el envoltorio. El día en que llegue este cambio de mentalidad, la humanidad habrá dado un verdadero paso hacia la verdad. Mientras tanto somos un mundo lleno de idiotas que se conforman con lo que ven y no con lo que somos.