VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Intoxicada

Irene Barrio, 16 años

                   Colegio Alcazarén (Valladolid)  

Resulta trágico; lo que empezó como un juego entre amigos, ha terminado en un vicio difícilde vencer.

Es un desafío, una proposición sin malas intenciones. Todo comenzó con una propuesta: ‘‘Vamos, pruébalo. Te va a gustar. Además, cuando quieras puedes dejarlo”. Al principio, me negué, pero no sé si fue por su insistencia, por mi curiosidad o por seguir la corriente de casi todos mis amigos que al final acepté.

-Total, sólo lo utilizaré una vez a la semana.

Qué ingenua por creer que lograría dominarme... Lo probé una tarde de verano, de esas en las que no encuentras nada que hacer. Porque mi vicio requiere tiempo, mucho tiempo.

Después de esa tarde, busqué días señalados. Pero, como en todo vicio, cada vez me pedía más. Comencé a sentarme ante él semanalmente y en tan solo un mes, se convirtió en una necesidad diaria que comenzó a privarme de otras cosas para poder manejarlo, cosas realmente importantes. Por su culpa, me alejé de mi familia porque apenas pasaba tiempo con ella. Y terminé aislándome del mundo. Mi adicción me bastaba y me sobraba para sentirme acompañada.

Ni siquiera me di cuenta de que todo comenzaba a irme mal. Culpaba a la edad, a los estudios, a las personas...

No fui yo quien decidió dejarlo. De hecho, hacía tiempo que ya no decidía yo sino mi vicio. Fueron mis padres los que me abrieron los ojos.

-Déjalo -me rogaron.

Esa palabra bastó, cuando la escuché, porque lo primero que pensé fue que no podía, lo que me llevó a darme cuenta de que era incapaz, de que si no fuese adicta no me supondría ningún problema obedecerles en ese preciso momento.

Aún estoy horrorizada de mis ataduras. Porque ahora me doy cuenta de todo lo que me privé: estudiar, pasar tiempo en familia, disfrutar de la compañía de mis amigas; incluso tomar un café a la vez que escribo.

Mi vicio tenía un nombre: Tuenti.