VII Edición

Curso 2010 - 2011

Alejandro Quintana

Isabel

María Luisa de Ribot, 15 años

                 Colegio La Vall (Barcelona)  

Isabel se sentía incómoda. Llevaba así todo el viaje, aunque no sabía muy bien por qué. Cuando la voz incorpórea que salía de los altavoces anunció que llegaban a la estación final, suspiró aliviada. El hombre que se sentaba a su lado la miró con extrañeza. Isabel le miró de reojo. Era alto, tenía el pelo negro y una edad difícil de determinar. Iba vestido muy pobremente y su único equipaje era una harapienta mochila.

El tren se detuvo e Isabel se levantó, cogió su pequeña maleta y bajó al andén. Salió de la estación, pero su incomodidad no había disminuido: se sentía observada.

Al salir de la boca del metro, caminó calle abajo, pasó plaza Cataluña, torció por las Ramblas y siguió por las Drassanes y el paseo de Colón hasta llegar al puerto. A Isabel le gustaba el mar porque le recordaba sus paseos de niña, las vacaciones en l’Escala y a su padre. Su padre había fallecido un par de años atrás y a Isabel aquella ausencia le había marcado. Mientras pensaba con nostalgia en su padre, en el puerto habían encendido las farolas y el atardecer se había convertido en noche cerrada. Isabel sintió un escalofrío a lo largo de la espalda. Cogió su maleta resueltamente y empezó a caminar.

Al llegar a la Barceloneta, entró en el metro que le llevó a su casa.

Durante el trayecto, Isabel se había adormecido, pero al llegar a su parada y volver a la calle, el aire fresco la espabiló.

Debían ser más de las doce.

Escuchó un ruido a su derecha y aumentó el ritmo de sus pasos. Entonces vio a alguien: era el hombre del metro.

La casa de Isabel estaba aún lejos. Cruzó la acera y el hombre también. El corazón de Isabel se aceleró porque aquel extraño se le acercaba cada vez más. Isabel chocó con alguien. Asustada, se encontró con la mirada protectora de su padre. No podía creerlo; la mente le está jugando un mala pasada. Su cabeza empezó a dar vueltas. De pronto, perdió el sentido.

Cuando despertó, cinco personas la miraban sonrientes. Había una chica pelirroja con pecas cuya cara le sonaba. Mientras trataba de enfocar la vista, oyó sus voces y pudo reconocerlas. Eran su hermana con su marido y sus hijos.

Llevaba inconsciente dos días y aquellos familiares no se habían movido de su cama.